jueves, 16 de mayo de 2024

La humildad hace grande al hombre. San Pascual Bailón (1540-1592). 17 de mayo.

Terminado su trabajo, empezaba a bailar, la Virgen le pagaba el obsequio con una sonrisa.
    Hoy, 17 de mayo celebramos la festividad religiosa de San Pascual Bailón, un santo muy de nuestra tierra, pues nació en Torrehermosa, tierra de Sigüenza, junto a la raya de Aragón y Castilla. Sus padres eran labradores, lo hicieron desde pequeño pastor de ovejas, aprendió a leer y escribir. En lo más alto de Torrehermosa había una ermita que se dedicada a Ntra. Sra. De la Sierra. Siempre que podía llevaba por allí sus ovejas y miraba por la ventanita con ojos de enamorado, dialogando largamente con la Señora. En pleno campo y monte caía muchas veces de rodillas, se quitaba del cuello su rosario que llevaba con él y empezaba a rezar avemarías. La Virgen de la Sierra era su compañera en aquella soledad. La había esculpido en su cayado para que la Virgen no se apartara ni un momento de su lado. Con la punta de la navaja había grabado también en el cayado la cruz y la custodia, a semejanza de otra de plata que había en la iglesia.

    Mientras las ovejas sesteaban a la sombra de algún pino, él aprendía las letras y las escribía en la corteza de los árboles. Cuando supo leer, metía en su zurrón un libro de piedad y otro de rezo, el Oficio Parvo. Así aprendió y se llenó de las esencias más puras cristianas: pureza y desprendimiento de lo temporal.
    Un día le dice su amo Martín García que lo quiere adoptar por hijo y dejarle toda su enorme hacienda. El Santo joven da las gracias y le comunica su resolución de abrazar la pobreza de Jesús en un convento de Menores. Pocos días después se dirige al reino de Valencia, donde había oído que tenían un convento los padres franciscanos. Mendigando en pan y durmiendo al raso llegó a Monfort, donde estaba el convento de Ntra. Sra. De Loreto. Ya en la portería, antes de tocar, retrocedió asustado de sí mismo, pobre, sucio, tan inútil y se volvió a pastorear por otros cuatro años.

    El pensamiento de hacerse fraile no le dejaba. Por fin, iba a cumplir los 25 años, vistió el hábito de San Francisco. Quisieron admitirle por fraile de coro, pero él no lo consintió. Quería ser portero, cocinero del convento, barrendero, hortelano, todo lo que fuera humilde y en servicio de los demás. Su único vestido era una túnica burda y pesada, y bajo la túnica, un cilicio atado con una cadena. Dormía en la tierra; comía hierba, pan y agua nada más. Una de sus mayores delicias era salir por la región a mendigar y en casa recoger las sobras y darlas a los pobres.
    Recordando la comunión de la mañana, solía decir: “¡Oh Luz sin mancha! ¿Qué delicias puedes encontrar en un hombrecillo como yo? ¿Por qué has querido entrar en mi pecho y hacer de mí el templo de tu Majestad?”

    Su corazón era siempre el cielo iluminado, radiante de luz y alegría. Cuando delante de una imagen de la Virgen que había a la entrada del comedor, terminado su trabajo, empezaba a bailar, la Virgen le pagaba el obsequio con una sonrisa. Dice su biógrafo que después de ordenar la cocina, una vez concluido el trabajo se ponía en oración y de pronto se levantaba como movido por un resorte invisible, balbuceaba loco de alegría, se agitaba y bailaba ante la imagen de la Virgen, por eso muchos creen erróneamente que Bailón es apodo y no apellido.
Si le hablaba el superior, le parecía estar escuchando al Espíritu Santo, según frase suya.
    La santidad del humilde lego, hijo de Martín Bailón, pobre colono de Torrehermosa, corrió por toda España y todos los conventos se disputaban su presencia. En Jerez le conoció el que fue su historiador, el padre Juan Jiménez que decía del él: “el pobre más miserable no lleva un vestido peor”. Así llegó hasta París con una carta del provincial de Aragón para el general de la Orden. Y volvió como por milagro a Villareal, donde murió, cogiendo el rosario y clamando: ¡Jesús, Jesús! Era el día de Pentecostés del año 1592 y la campana señalaba el momento de la elevación en la Misa, su devoción predilecta.
Publicado en Cuenca, 17 de mayo de 2019. Actualizado el 17 de mayo de 2024.
Por: José María Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.

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