San Beda,
apodado el Venerable, desde la edad de siete años fue confiado a san Benito
Biscopio para que él lo educara.
La fiesta de
este viejo monje inglés entró en el Misal Romano en tiempos de León XIII. Sus
contemporáneos, no pudieron honrarlo con el título de Santo, lo llamaban “el
presbítero venerable”, y así ha pasado a la historia. En la última página de su
historia, él mismo nos ha dejado una breve autobiografía.
“Yo, Beda,
siervo de Cristo y sacerdote del monasterio de san Pedro y san Pablo de
Wearmouth y Yarroy, he compuesto con la ayuda de Dios esta historia,
aprovechando en ello los documentos antiguos, las tradiciones de los ancianos y
lo que he podido ver con mis ojos, Nací en el pueblo de dicho monasterio (675),
y cuando no tenía más de siete años, mis padres me pusieron bajo la dirección del
abad Benito.
Desde entonces
he pasado mi vida toda dentro del claustro, repartiendo el tiempo entre el
estudio y las Sagradas Escrituras, la observancia de la disciplina monástica y
la carga diaria de cantar en la iglesia. Todas mis delicias eran aprender,
enseñar y escribir.
A los
diecinueve años fui ordenado de diácono, y a los treinta, de sacerdote. Ambas
órdenes las recibí del obispo Juan Beverleg. Desde mi admisión al sacerdocio
hasta el año presente en que cuanto cincuenta y nueve de edad, me he ocupado en
redactar para mi uso y el de mis hermanos algunas notas sobre la Sagrada
Escritura, sacadas de los Santos Padres o en conformidad con su espíritu e interpretación”.
Este breve
párrafo nos revela las aficiones del Santo y su amor al trabajo. Entre sus
libros hay de teología, de filosofía, historia, hagiografía, meteorología,
física, aritmética, retórica, gramática, música y versificación. Y en todo
muestra un conocimiento nada común de los autores cristianos y paganos.
Por un gran número
de pasajes se ve que ni aún de noche descansaba. Cuando no leía o meditaba
sobre un antiguo manuscrito, estaba rodeado de un ejército en cuyas filas, además
de los seiscientos monjes de Wearmouth y Yarrou, había otros muchos venidos de
Inglaterra, de Flandes y de Francia. Estuvo componiendo hasta su última
enfermedad, la única de sí mismo: “Todo lo hago, dicto, redacto y transcribo”.
La ciencia y
el trabajo le llevó siempre a amar a Dios, según aquella máxima de san Agustín: “En
lo temporal busco lo eterno, y en lo visible aquello que está sobre nosotros”.
Al fin de uno de sus libros se encuentra esta reveladora plegaria: “Oh Jesús
amante, que te has dignado abrevar mi alma en las ondas suaves de la ciencia,
concédeme la gracia de hacerme llegar un dúa hasta Ti, que eres la fuente de la
sabiduría, y no permitas me vea defraudado para siempre de tu divino rostro”.
A una ciencia
verdaderamente enciclopédica unió la santidad del monje austero y observante.
En él se cumple a la letra la máxima de todo buen religioso: ora et labore, oración y trabajo. San
Bonifacio, el apóstol de Alemania, lo llamó luminar de la Iglesia y el
Concilio de Aquisgrán doctor admirable.
San Beda murió
anciano el 27 de mayo de 735 y su última oración fue la antífona del Oficio de
la Ascensión: “Oh rey de la gloria,
envíanos el Espíritu Santo de verdad que nos has prometido”. A las palabras
“huérfanos” se deshacía en lágrimas. También
repetía con san Ambrosio: “No he vivido
de una manera tal que tenga que avergonzarme de estar entre vosotros; pero
tampoco tango miedo a morir, porque tenemos un Señor muy bueno”.
Publicado en Cuenca, 27 de
mayo de 2020 y el 27 de mayo de 2024.
Por: José María
Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.
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FUENTES
CONSULTADAS:
-Año
Cristiano para todos los días del año. P. Juan Croisset. Logroño. 1851.-La casa de los santos. Carlos Pujol. Madrid. 1989.
-Año Cristiano. Juan Leal, S.J. Madrid. 1961.
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