Hoy, el Santoral nos
trae la figura de santa Mónica, que es el ejemplo más palpable de lo que
puede hacer una madre en la educación de sus hijos y de lo que debe la Iglesia a las
madres cristianas. San Agustín confiesa que, después de Dios, todo lo debe a su
madre. “No callaré lo que me nace del
alma sobre aquella sierva vuestra que me dio a luz en su carne para que naciese
a esta vida temporal, y en su corazón, para la eterna”.
Santa Mónica. |
Mónica debió
su educación cristiana no tanto a la diligencia de su madre sino a una criada
que cuidaba de las hijas de sus señores como si fuesen propias. Educada con
honestidad y templanza, se casó por voluntad de sus padres con un gentil,
llamado Patricio, a quien desde su principio trató de ganar para Dios con sus
virtudes y buenas costumbres, “con las cuales se hacía hermosa y reverentemente
amable. Su marido, como pagano, no reconocía la ley de la fidelidad conyugal.
Mónica “de tal manera soportó sus infidelidades conyugales, que jamás tuvo con
su marido el menor altercado; porque esperaba que vuestra misericordia viniese
sobre él, para que, creyendo en Vos, se hiciese casto”.
Mónica, con su
paciencia y silencio, logró ganarse al marido y hasta convertirlo a la fe de
Cristo. Desde este momento no tuvo que sufrir más la infidelidad.
Tropezó
también con una suegra suspicaz y avinagrada, y nos dice san Agustín que “de tal manera se la ganó con atenciones y
perseverando en sufrirla con mansedumbre” que la convirtió en su mejor
panegirista y abogada.
Santa Mónica y san Agustín. |
La gran obra
de santa Mónica fue la conversión y cambio de su hijo, san Agustín. En África
vela por las compañías y maestros del hijo, por sus costumbres, porque se case
honestamente. Cuando sabe que Agustín proyecta trasladarse a Italia, ella
resuelve embarcarse con él para seguir siendo su ángel tutelar. Agustín, a
quien estorba la compañía santificadora de su madre, logra, engañándola,
hacerse a la mar a escondidas de su madre.
Cuenta san
Agustín: “Aquella noche yo me partí a
escondidas, y ella se quedó orando y llorando. Y ¿qué os pedía con tantas
lágrimas, Dios mío? Llegó san Agustín a Roma y enfermó, lejos de su madre: “No
sabía mi madre mi peligro; pero ausente oraba por mí; y Vos, en todo lugar
presente, donde ella oraba la oíais, y donde yo estaba os apiadabais de mí para
que recobrase la salud del cuerpo, aunque el corazón seguía delirando con error
sacrílego”. De Roma se trasladó san Agustín a Milán y aquí lo encontró su
madre.
En Milán tuvo
Mónica una gran satisfacción. Su hijo había trabado amistad con san Ambrosio,
obispo de aquella ciudad. Y redobló desde ahora sus lágrimas y plegarias, no
separándose de la iglesia. El día suspirado llegó por fin. Cuando san Agustín
le comunicó a su madre el propósito, no sólo de hacerse católico, sino de
consagrarse totalmente al servicio de Cristo en el estado de castidad perfecta,
la madre no cabía de gozo.
Santa Mónica. Madre y protectora del hogar. |
Esto relatado
sucedió en el año 387, el 24 o 25 de abril. Poco después enfermaba y moría
santa Mónica dentro del mismo año 387, como si Dios le hubiese reservado la
vida nada más que para alcanzar la conversión de su hijo.
Publicado el Cuenca, 4 de mayo de 2020 y el 4 de mayo de 2024.
Por: José María
Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.
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FUENTES
CONSULTADAS:
-Año
Cristiano para todos los días del año. P. Juan Croisset. Logroño. 1851.-La casa de los santos. Carlos Pujol. Madrid. 1989.
-Año Cristiano. Juan Leal, S.J. Madrid. 1961.
-Festividades del año Litúrgico. Dr. Vicente Tene. Huesca. 1945.
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