viernes, 3 de mayo de 2024

Santa Mónica. Festividad del 4 de mayo.

     Hoy, el Santoral nos trae la figura de santa Mónica, que es el ejemplo más palpable de lo que puede hacer una madre en la educación de sus hijos y de lo que debe la Iglesia a las madres cristianas. San Agustín confiesa que, después de Dios, todo lo debe a su madre. “No callaré lo que me nace del alma sobre aquella sierva vuestra que me dio a luz en su carne para que naciese a esta vida temporal, y en su corazón, para la eterna”.
Santa Mónica.
     Mónica debió su educación cristiana no tanto a la diligencia de su madre sino a una criada que cuidaba de las hijas de sus señores como si fuesen propias. Educada con honestidad y templanza, se casó por voluntad de sus padres con un gentil, llamado Patricio, a quien desde su principio trató de ganar para Dios con sus virtudes y buenas costumbres, “con las cuales se hacía hermosa y reverentemente amable. Su marido, como pagano, no reconocía la ley de la fidelidad conyugal. Mónica “de tal manera soportó sus infidelidades conyugales, que jamás tuvo con su marido el menor altercado; porque esperaba que vuestra misericordia viniese sobre él, para que, creyendo en Vos, se hiciese casto”.

Mónica, con su paciencia y silencio, logró ganarse al marido y hasta convertirlo a la fe de Cristo. Desde este momento no tuvo que sufrir más la infidelidad.

Tropezó también con una suegra suspicaz y avinagrada, y nos dice san Agustín que “de tal manera se la ganó con atenciones y perseverando en sufrirla con mansedumbre” que la convirtió en su mejor panegirista y abogada.
Santa Mónica y san Agustín.

La gran obra de santa Mónica fue la conversión y cambio de su hijo, san Agustín. En África vela por las compañías y maestros del hijo, por sus costumbres, porque se case honestamente. Cuando sabe que Agustín proyecta trasladarse a Italia, ella resuelve embarcarse con él para seguir siendo su ángel tutelar. Agustín, a quien estorba la compañía santificadora de su madre, logra, engañándola, hacerse a la mar a escondidas de su madre.

Cuenta san Agustín: “Aquella noche yo me partí a escondidas, y ella se quedó orando y llorando. Y ¿qué os pedía con tantas lágrimas, Dios mío? Llegó san Agustín a Roma y enfermó, lejos de su madre: “No sabía mi madre mi peligro; pero ausente oraba por mí; y Vos, en todo lugar presente, donde ella oraba la oíais, y donde yo estaba os apiadabais de mí para que recobrase la salud del cuerpo, aunque el corazón seguía delirando con error sacrílego”. De Roma se trasladó san Agustín a Milán y aquí lo encontró su madre.

En Milán tuvo Mónica una gran satisfacción. Su hijo había trabado amistad con san Ambrosio, obispo de aquella ciudad. Y redobló desde ahora sus lágrimas y plegarias, no separándose de la iglesia. El día suspirado llegó por fin. Cuando san Agustín le comunicó a su madre el propósito, no sólo de hacerse católico, sino de consagrarse totalmente al servicio de Cristo en el estado de castidad perfecta, la madre no cabía de gozo.
Santa Mónica. Madre y protectora del hogar.
   
  Esto relatado sucedió en el año 387, el 24 o 25 de abril. Poco después enfermaba y moría santa Mónica dentro del mismo año 387, como si Dios le hubiese reservado la vida nada más que para alcanzar la conversión de su hijo.

Publicado el Cuenca, 4 de mayo de 2020 y el 4 de mayo de 2024.
Por: José María Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.

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FUENTES CONSULTADAS:
-Año Cristiano para todos los días del año. P. Juan Croisset. Logroño. 1851.
-La casa de los santos. Carlos Pujol. Madrid. 1989.
-Año Cristiano. Juan Leal, S.J. Madrid. 1961.
-Festividades del año Litúrgico. Dr. Vicente Tene. Huesca. 1945.




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