domingo, 9 de junio de 2024

Santa Margarita, reina de Escocia (1045-1093). Festividad del 10 de junio.

¿Qué es nuestra vida sino un poco de humo, que se desvanece en el aire?”.
Hoy celebramos la festividad de Santa Margarita, reina. El pensamiento de San Pablo de que una mujer de fe puede santificar a su marido y a su casa, se cumple a la letra en Santa Margarita que fue un ángel tutelar de todo un reino. Por eso el Papa Clemente X la declaró Patrona de Escocia.

Fue nieta de Edmundo II, rey de Inglaterra, y su madre era sobrina de San Esteban, rey de Hungría. En esta corte nació Margarita y pasó sus primeros años. Más tarde pudo trasladarse a la corte de Inglaterra, acompañada de sus hermanos. Aquí la pidió por esposa Malcolm II rey de Escocia, quien la amó con locura. No sólo dejo en sus manos el interior del palacio, sino que la asoció al gobierno del Estado, consultándola en todos los negocios públicos.

Ella presidía las asambleas del reino y los concilios, cortando abusos seculares, dictando decretos de reforma moral y religiosa.
El rey se sentía orgulloso a su lado, admirando tanta sabiduría y prudencia, tanto celo y virtud. El manejaba valientemente la espada, pero no sabía leer ni escribir, y ya era tarde para aprender. Cuando había que dar un decreto, ponía una cruz al pie y encargaba que se lo llevaren a la reina.

Un día el rey preguntó a Margarita cuál era el libro que más amaba. Ella contestó que el Evangelio. Efectivamente, ningún otro libro leía tan asiduamente no con tanto amor y lágrima. Un día se encontró en su habitación un códice de los Evangelios escrito con letra de oro, decorado maravillosamente, rutilante en ricos metales y piedras preciosas. Era un regalo de su marido.
La caridad de la reina no tenía límites. Veinticuatro pobres alimentaban en su palacio. Cuando salía fuera, le aclamaban todos como a madre. Y sucedió muchas veces que la reina y sus acompañantes volvieron al palacio sin dinero, sin alfileres, sin guantes y hasta sin zapatos, porque los habían dado a los pobres.

En palacio hacía oración, leía, educaba a sus hijos, les enseñaba el catecismo, cosía y bordaba para la iglesia. Su capellán escribe: “Me hablaba con mucha sencillez, tal que estaba maravillado. Cuando nuestra conversación versaba sobre la dulzura del cielo, sus palabras salían inflamadas en el fuego del Espíritu Santo. Una sentencia suya era aquella de Santiago: ¿Qué es nuestra vida sino un poco de humo, que se desvanece en el aire?”.
Dios prueba a los que ama y en proporción directa al amor. La salud de Margarita sufrió quebrantos con las vigilias, austeridades y trabajos. Una prueba dura fue la separación del marido, que tuvo que marchar a la guerra para defender sus Estados contra Guillermo el Rojo. Fue una separación dolorosa para los dos esposos que se amaban tan tiernamente. Pero era el comienzo de la prueba para nuestra Santa. Un día recibió la noticia más dolorosa que podía recibir, como madre, como esposa y como reina. El rey había muerto en la guerra y con él su primogénito Eduardo. Margarita oyó con toda resignación la noticia y ofreció a Dios el sacrificio de su esposo y del hijo y aun de la propia vida.

La salud y las fuerzas corporales huían por momentos. Su fin se acercaba también. Pasaba largos ratos con el capellán y con la cruz. Ella fue su última compañera. Recogiendo las pocas fuerzas que le quedaban, cogiéndola fuertemente, la abrazaba, la besaba y se signaba con ella los labios y el pecho. Sus últimas palabras fueron: “Señor Jesucristo, que por tu muerte vivificaste el mundo, líbrame… ya no puedo seguir”. Su alma había volado al reino eterno de la Gloria el 10 de junio del año 1093.

Publicado en Cuenca, 10 de junio de 2019 y 10 de junio de 2024.
Por: José María Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.

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