¿Qué es nuestra vida sino un poco de humo, que se desvanece en el aire?”.
Hoy celebramos la festividad de
Santa Margarita, reina. El pensamiento de San Pablo de que una mujer de fe
puede santificar a su marido y a su casa, se cumple a la letra en Santa
Margarita que fue un ángel tutelar de todo un reino. Por eso el Papa Clemente X
la declaró Patrona de Escocia.
Fue nieta de Edmundo II, rey de
Inglaterra, y su madre era sobrina de San Esteban, rey de Hungría. En esta
corte nació Margarita y pasó sus primeros años. Más tarde pudo trasladarse a la
corte de Inglaterra, acompañada de sus hermanos. Aquí la pidió por esposa
Malcolm II rey de Escocia, quien la amó con locura. No sólo dejo en sus manos
el interior del palacio, sino que la asoció al gobierno del Estado,
consultándola en todos los negocios públicos.
Ella presidía las asambleas del
reino y los concilios, cortando abusos seculares, dictando decretos de reforma
moral y religiosa.
El rey se sentía orgulloso a su
lado, admirando tanta sabiduría y prudencia, tanto celo y virtud. El manejaba
valientemente la espada, pero no sabía leer ni escribir, y ya era tarde para
aprender. Cuando había que dar un decreto, ponía una cruz al pie y encargaba
que se lo llevaren a la reina.
Un día el rey preguntó a
Margarita cuál era el libro que más amaba. Ella contestó que el Evangelio.
Efectivamente, ningún otro libro leía tan asiduamente no con tanto amor y
lágrima. Un día se encontró en su habitación un códice de los Evangelios
escrito con letra de oro, decorado maravillosamente, rutilante en ricos metales
y piedras preciosas. Era un regalo de su marido.
La caridad de la reina no tenía
límites. Veinticuatro pobres alimentaban en su palacio. Cuando salía fuera, le
aclamaban todos como a madre. Y sucedió muchas veces que la reina y sus
acompañantes volvieron al palacio sin dinero, sin alfileres, sin guantes y
hasta sin zapatos, porque los habían dado a los pobres.
En palacio hacía oración, leía,
educaba a sus hijos, les enseñaba el catecismo, cosía y bordaba para la
iglesia. Su capellán escribe: “Me hablaba con mucha sencillez, tal que estaba
maravillado. Cuando nuestra conversación versaba sobre la dulzura del cielo,
sus palabras salían inflamadas en el fuego del Espíritu Santo. Una sentencia
suya era aquella de Santiago: ¿Qué es
nuestra vida sino un poco de humo, que se desvanece en el aire?”.
Dios prueba a los que ama y en
proporción directa al amor. La salud de Margarita sufrió quebrantos con las
vigilias, austeridades y trabajos. Una prueba dura fue la separación del
marido, que tuvo que marchar a la guerra para defender sus Estados contra
Guillermo el Rojo. Fue una separación dolorosa para los dos esposos que se
amaban tan tiernamente. Pero era el comienzo de la prueba para nuestra Santa.
Un día recibió la noticia más dolorosa que podía recibir, como madre, como
esposa y como reina. El rey había muerto en la guerra y con él su primogénito
Eduardo. Margarita oyó con toda resignación la noticia y ofreció a Dios el
sacrificio de su esposo y del hijo y aun de la propia vida.
La salud y las fuerzas corporales
huían por momentos. Su fin se acercaba también. Pasaba largos ratos con el
capellán y con la cruz. Ella fue su última compañera. Recogiendo las pocas
fuerzas que le quedaban, cogiéndola fuertemente, la abrazaba, la besaba y se
signaba con ella los labios y el pecho. Sus últimas palabras fueron: “Señor
Jesucristo, que por tu muerte vivificaste el mundo, líbrame… ya no puedo
seguir”. Su alma había volado al reino eterno de la Gloria el 10 de junio del
año 1093.
Publicado en Cuenca, 10 de junio de 2019 y 10 de junio de 2024.
Por: José María Rodríguez González. Profesor e investigador
histórico.
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