Cuenta la
tradición que a mediados del siglo XV murió en Roma un mercader cretense, cuyo
nombre se desconoce, el cual había logrado fugarse de la isla cuando la invasión
musulmana en el año 1453, llevando consigo un milagroso cuatro de la Virgen muy
venerado en la isla de Creta, siendo su origen descocido.
Al llegar a
Roma, el mercader entregó la imagen a un amigo suyo, el cual le dio palabra de
que sería expuesta públicamente y venerada en una iglesia de la ciudad. Pero
luego a instancias de su mujer que quedó prendada del cuadro, dejó de cumplir
lo prometido y lo guardó en su casa.
Tres veces se
le apareció de noche la Virgen para recordarle la voluntad de su amigo
cretense, a la sazón ya difunto, pero fue en balde. Finalmente, oyó que la
Virgen le decía enojada: “Está visto que para que yo pueda salir de tu casa,
será menester que salgas tú primero”. A los pocos días murió, arrebatado de una súbita enfermedad.
Para convencer
a esa mujer se apareció a su hija de seis años, y le mandó que recordase la
orden a su madre. Con ese aviso entró la mujer en sí comprendiendo que debería
entregarlo por mucho que le gustara el tenerlo.
En otra
aparición a la niña se le dio a conocer en qué iglesia debería ser venerada la
Virgen: “Quiero que se coloque mi imagen entre la iglesia de Santa María la
Mayor, para mí tan querida, y la de mi hijo Juan de Letrán”. Entre ambas
basílicas se hallaba la iglesia de San Mateo, antigua residencia del Papa san
Cleto, el cual la convirtió en capilla y la dedicó a dicho santo evangelista.
Dicha iglesia estaba gobernada por los Hermanos Ermitaños de San Agustín,
vulgarmente llamados Padres Agustinos, quienes recibieron el milagroso cuadro
con grandes muestras de veneración y jubilo.
La imagen
fue llevada en procesión a la iglesia de
San Mateo el 27 de marzo de 1499, en una solemne procesión recorriendo
triunfantemente las calles y plazas de Roma.
DESCRIPCIÓN
DEL CUADRO:
El cuadro de
la Virgen del Perpetuo Socorro, de autor desconocido, es una bellísima pintura
sobre madera de perfecto y depurado estilo bizantino y parece ser obra del
siglo XIII o XIV. Mide exactamente 53 centímetros de lado por 41 y medio de
ancho. Por un sencillo y conmovedor simbolismo, es como una de las primeras
manifestaciones de la devoción a los Dolores de la Virgen, que se propagó dos
siglos más tarde con el nombre de Nuestra Señora de la Misericordia. El Divino Infante
se halla en brazos de su amorosa Madre. Aprieta con sus manecitas la derecha de
la Virgen, y mira como asustada a dos ángeles que se le acercan presentándole
los instrumentos de la Pasión.
El rostro
purísimo de la Virgen parece expresar el profundo dolor que siente su alma con
aquella vista; no obstante permanece sereno y sosegado: no representa todavía
la agonía mortal de Madre de los Dolores al pie de la Cruz. De las siete
espadas que han de clavarse en su maternal Corazón sólo una lo atravesó hasta
ahora, al vislumbrar el inmenso sacrificio necesario para la humana Redención.
María se muestra, pues, en el milagroso cuadro expresando en su rostro los
sentimientos que tuvo sin duda en su alma los treinta y tres que vivió Jesús.
Sube de punto
la expresión de melancólica que se desprende de esta escena, con la austera
gravedad del estilo bizantino. La Virgen se destaca sobre fondo dorado.
Circunda su cabeza un nimbo primorosamente adornado, formado por dos círculos
concéntricos separados por una ancha faja florida y rameada. Sobrepuesta al
nimbo va en la parte superior la diadema de oro con que fue coronada por el
Cabildo del Vaticano. Un velo azul envuelve su cabeza ya tocada con otro velo
de color verde y cae luego por todo el cuerpo. En la parte frontal del velo
azul brilla una estrellita de ocho puntas y una crucecita griega florenzada.
Los pliegues de las sombras del vestido van señalados con trazos dorados. A uno
y otro lado de la corona se lee en griego el nombre de la Madre de Dios.
Un nimbo
crucífero, atributo de la divinidad, circunda la cabecita del Niño Jesús,
llevando asimismo en la parte de diadema de oro con que le coronó el Cabildo
Vaticano. Viste el Niño Jesús túnica verde sujeta con ceñidor encarnado, casi
toda ella tapada por un amplio manto de color amarillo oscuro. Tiene una
sandalia desprendida del pie, del que cuelga por una ligera ligadura. Al lado
del Niño se leen las iniciales griegas de su nombre, Jesucristo. Hay un ángel a
derecha y otro a la izquierda de la Virgen. Representan a san Miguel y san
Gabriel, como lo rezan sus nombres escritos encima en abreviatura griega. Ambos
visten túnica de color rojo y un manto de distinto color. Sostienen en sus manos
los instrumentos de la Pasión. San Miguel presenta la lanza y la caña con la
esponja que salen del vaso de hiel y vinagre; san Gabriel, los clavos, una cruz
en forma de las llamadas “de las Catacumbas”, la tablilla de la sentencia y el
supedáneo o apoyo de los pies.
Publicado en Cuenca, 27 de
junio de 2020 y 27 de junio de 2024.
Por: José María
Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.
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