El apóstol de Languedoc, que se consagra a rehacer la fe y las costumbres. Su sueño era evangelizar el Canadá francés.
Nació el 31 de
enero de 1597 en Foncouvert del Languedoc, diócesis de Carcasona. Sus padres,
ricos propietarios, se distinguían principalmente por la firmeza de su fe, en
una época donde dominaban los herejes.
Frecuentó el
colegio de los jesuitas de Béziers desde el 1611. Sus devociones predilectas
fueron la Virgen, la Eucaristía, el Ángel de la Guarda y los pobres. Perteneció
a la Congregación Mariana del colegio y se consagró a la Madre de Dios.
Entró en el
noviciado de la Compañía de Jesús el 8 de diciembre del año 1616, en Tolosa. En
el año 1628, por petición propia, abrevió los estudios para adelantar las
órdenes y asistir a los afectados por la peste en su ciudad. Celebró su primera
Misa el día de la Santísima Trinidad en el año 1630. Dos años después fue
destinado a la residencia de Montpellier y en 1633 inauguraba las misiones
rurales, que iban a ser su labor apostólica. Hasta el 1636 trabajó en la
diócesis de Viviers; luego, en la Puy hasta 1640, fecha de su gloriosa muerte.
Con un bordón
de peregrino y envuelto en un pobre manteo recorría montes y campos en invierno
sobre la nieve y en verano bajo los rayos abrasadores del sol. Allí donde había
una casa que visitar, una miseria que socorrer, o un corazón que consolar y abrir para Dios, llegaba
siempre el misionero por senderos inverosímiles..
Había en Puy,
en un barrio extremo, un pobre con llagas abandonado de todos. Juan fue a
visitarlo enseguida, le limpió los harapos, le lavó las llagas, le procuró cama
y ropa, y todos los días le llevaba comida. A las muestras de gratitud del
enfermo, el Santo respondía: “Yo soy quien debo darte las gracias, pues es mucho
lo que gano con servirte. Lo que siento es haber empezado tan tarde a cuidar de
ti”.
La vida tan
dura no podía prolongarse mucho. El 21 de diciembre del año 1640 empezaba su
última misión. Por la nieve perdió el camino y tuvo que pasar la noche bajo un
cobertizo, donde no había ni un poco de paja para aislarse de la humildad y del
frio. Eso noche tan fría trajo consigo una pulmonía, no obstante siguió
adelante con su misión, llegando el día 24 de diciembre, día de Navidad,
predico y confesó. El 26 celebró la última misa. No se pudo sentar en el
confesionario y se puso en una silla detrás del altar. No pudo aguantar más. Se
desmayó y sólo así pudieron llevarle a la cama.
Con los ojos
fijos en el crucifijo, a quien tantas veces había pedido el martirio entre los
infieles, le ofrecía su vida gastada toda ella en aras de la caridad más pura.
Unos minutos antes de la medianoche, del 31 pudo decir todavía al hermano que
lo asistía: “¡Hermano mío! ¡Qué felicidad!¡No sabe cuán contento muero! Veo a
Jesús a María que me abren las puertas del cielo”. Repitió una vez más: “Señor,
en tus manos encomiendo mi espíritu”, y dejando caer la cabeza, expiró.
Moría en el
campo de batalla. El pueblecito de Louvese, donde misionaba, se iba a hacer
célebre por el sepulcro del Santo. Actualmente los peregrinos que visitan su
tumba pasan de setenta mil y todos se llevan siempre las mismas impresiones:
una paz serena y durable, la paz que da Dios, por sus Santos.
Publicado en Cuenca, 16 de junio de 2020 y el 16 de junio de 2024.
Por: José María Rodríguez González. Profesor e
investigador histórico.
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FUENTES
CONSULTADAS:
-Año
Cristiano para todos los días del año. P. Juan Croisset. Logroño. 1851.-La casa de los santos. Carlos Pujol. Madrid. 1989.
-Año Cristiano. Juan Leal, S.J. Madrid. 1961.
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