Sufrió exilio por una acusación injusta.
Fue san
Silverio hijo de san Hormisda, quien, habiendo enviudado, recibió después las
sagradas órdenes y llegó a la cumbre del supremo Pontífice. San Silverio
sucedió a su padre, después de otros seis Pontificados.
Era el año
536, cuando en Italia dominaba todavía Teodato, rey de los godos, que se opuso
a que subiese a la Silla de San Pedro el diácono Virgilio protegido por la
emperatriz Teodora, mujer de Justiniano. El clero romano ratificó en segunda y
unánime votación la elección de san Silverio. Desde entonces el nuevo Papa fue
objeto de las iras de la emperatriz y de su cómplice Virgilio.
Belisario,
general de los ejércitos de Justiniano, se apoderó de Roma. Teodora quiso
mandar en el Papa, el cual, consciente de su autoridad, no se podía doblegar a
los caprichos de una mujer corrompida de la herejía monofisita.
El Concilio de
Calcedonia era intangible, debía ser acatado plenamente; todos los obispos
indignos que habían sido justamente depuestos no podían volver a sus sedes.
Esta actitud
enérgica concitó más las iras de la emperatriz. Silverio tenía que renunciar al
Papado o ser desterrado de Roma.
Se fingió una
carta suya al rey de los godos contra los bizantinos, y esto bastó para que
Belisario, en nombre de su señora, depusiera a san Silverio.
Lo hizo llamar
a su residencia del Pincio o dejar todo su acompañamiento fuera, le prohibió la
defensa, le quitó sus vestiduras pontificales y en su lugar le hizo poner una
cogulla de monje, declarándole depuesto. Desde aquel día no se supo más dónde
estaba el Papa. Luego corrió el rumor de que había sido llevado a Patara, en
Licia.
El emperador
Justiniano estaba ajeno a estas intrigas e intromisiones de su mujer. Cuando
conoció el destierro del Papa, lo restituyó a Italia, con orden de que
residiera fuera de Roma; mandó que se probara la verdad de la correspondencia
con el rey de los godos. Más, si era enteramente inocente, debía ser repuesto
en su sede primada.
Volvió
efectivamente san Silverio a Italia, pero la emperatriz y su competidor Vigilio
lograron que no entrara en Roma. Crecieron las calumnias y los atropellos. El
Papa fue recluido a una isla de las costas italianas y allí murió de hambre y
malos tratos. Su competidor Vigilio logró por fin el anhelado Pontificado.
San Silverio
fue enterrado en la misma isla Palmeria, donde había muerto. Dios cuidó de la
honra de su siervo; su sepulcro se hizo célebre por los milagros, como
atestigua el mismo Libro Pontifical.
La Iglesia
romana lo veneró en seguida, no solamente como Santo, sino también como mártir,
pues muerto en defensa de la justicia y de la fe, agotado por los malos tratos
de sus enemigos.
La oración de
su Misa reza así: “Atended, Dios omnipotente, a nuestra flaqueza, y pues nos oprime
el peso de nuestros pecados, aliviadnos de él por la intercesión del
bienaventurado mártir y Pontífice Silverio”.
Publicado en Cuenca, 20 de
junio de 2020 y el 20 de junio de 2024.
Por: José María
Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.
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FUENTES
CONSULTADAS:
-Año
Cristiano para todos los días del año. P. Juan Croisset. Logroño. 1851.-La casa de los santos. Carlos Pujol. Madrid. 1989.
-Año Cristiano. Juan Leal, S.J. Madrid. 1961.
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