Después del
martirio de san Perfecto, los cristianos cordobeses, que solían vivir en los monasterios
de los alrededores de la ciudad, acuden a Córdoba como ansiosos por provocar a
las autoridades, queriendo ser mártires, hasta el punto de que san Eulogio,
alarmado, trata de moderar sus impulsos.
La declaración
pública de su fe basta para ser condenados a muerte en la capital de Abderramán
II, y así son degollados o empalados cadáveres se queman para dispersar las
cenizas al viento.
Éste es el
caso de Isaac, del cenobio de Tábanos, que había sido notario y conocía muy
bien la lengua árabe, y de su tío paterno Jeremía, “santo anciano” que ya en la
vejez renunció a sus riquezas para edificar aquel monasterio y vivir allí entregado
a la contemplación y al estudio.
Y también del
joven Sancho, que procedía de la ciudad de Albi, antiguo prisionero “liberto y
alistado en el ejército del emir, y comensal en el palacio de éste”; del
sacerdote Pedro, natural de Écija, que vivía en el monasterio de Cuteclar, del
diácono Walabonso, que era de Peñaflor, del monje Sabiniano, del “noble
ciudadano” Habencio…
San Eulogio
nos da escueta noticias de todos ellos para que sus nombres no se pierdan, y
hoy, más de un milenio después, podamos recordar su pasión terrible y
afirmativa, de quienes llaman con violencia a las puertas de la muerte gritando
la verdad que los hará inmortales.
Publicado en Cuenca, 7 de
junio de 2020 y 7 de junio de 2024.
Por: José María
Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.
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FUENTES
CONSULTADAS:
-Año
Cristiano para todos los días del año. P. Juan Croisset. Logroño. 1851.
-La
casa de los santos. Carlos Pujol. Madrid. 1989.
-Año Cristiano. Juan Leal, S.J.
Madrid. 1961.
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