Al santo de
hoy le tengo especial cariño, no solamente porque tiene una capilla dedicada en
la Catedral de Cuenca, sino porque su festividad, además de anunciar el
invierno, nos trae un cortejo de fiestas campesinas a celebrar como la matanza;
el probar el vino nuevo y encender hogueras lo mismo que para San Juan, se
declara el frío y se invoca al santo que va a caldear con su presencia
caritativa los gélidos días de noviembre. Pues también es recordado el santo
por la anécdota en las puertas de Amiens una noche de frío, que ahora paso a
relatar.
Medallón reja capilla de San Martín. Catedral de Cuenca |
Fue San Martín
originario de Sabaria de Panonia (hoy Hungría). A la edad de 10 años, contra la
voluntad de sus padres, fue en busca del sacerdote de los cristianos y se
alistó en el catálogo de los catecúmenos. Su padre, tribuno de una legión,
procuró desviarle del culto del verdadero Dios; pero nada pueden los esfuerzos
de los hombres cuando el Señor quiere entrar en el corazón de una persona. Al cumplir doce años,
pensó en retirarse a un desierto, y lo dejó de hacer por su corta edad. Poco
tiempo después, en virtud de un decreto imperial, fue alista en una compañía de
caballería, como hijo de la tropa y de un oficial veterano. A los quince años
sirvió en el ejército de Constantino, y después en el de Juliano apóstata. Aun
no había recibido el bautismo, y no obstante evitó todos los desórdenes que tan
frecuentemente acompañan a la profesión de las armas, haciendo una vida de
religioso en traje de soldado.
Era su virtud
sobresaliente la caridad con los pobres. Entrando un día de invierno muy
riguroso en la ciudad de Amiens, encontró a un pobre desnudo, temblando de
frío, le pidió limosna y no teniendo qué darle se enterneció su compasivo
corazón a vista de aquella necesidad. Pero como la caridad es fecunda en
arbitrios y en recursos, sacó la espada, cortó por el medio la capa que lo
cubría y dio la mitad al mendigo, pues mitad era de su posesión y la otra mitad
del ejército.
La noche
siguiente se apareció en sueños a San Martín el Salvador, diciendo a los ángeles
que le acompañaban: Martín, siendo todavía
catecúmeno, me cubrió con esta capa. Después de este favor se resolvió a
dejar el servicio del rey de la tierra para tomar partido en las tropas del rey
del cielo, y contrajo con Jesucristo el empeño de una eterna fidelidad recibiendo
el santo el bautismo, posiblemente en Amiens, sobre el año 339, por la Pascua
como era costumbre entonces. Siguió aún dos años en el ejército. El año 341, en
el campamento de Worms, llamado por el emperador Constantino para recibir una
gratificación, la rehusó y pidió permiso para retirarse del ejército: “Hasta ahora he llevado las armas por ti; permítame
que en adelante las lleve por Dios”.
En el año 371
San Martín fue elevado a la silla episcopal de Tours contra su voluntad. En
seguida fundó cerca de la ciudad el monasterio de Marmontier, que fue el palacio
episcopal del Santo. Allí tenía una celda de madera con un pequeño jardín,
donde descansaba después de sus excursiones apostólicas. De aquí salió entre
otros San Patricio el Apóstol de Irlanda. Marmontier fue un gran centro de
civilización y de evangelización. El celo de San Martín se extendió por casi
toda Francia y no temió nunca enfrentarse con los poderosos como el emperador
Valentiniano. Intervino en el proceso contra el famoso Prisciliano y trató
familiarmente con el emperador Máximo.
El Greco. San Martín y el mendigo. 1597 |
Siempre estuvo
activo y apostólico, la muerte le sorprendió en un viaje pastoral. Supo que en
Candes había cierta desavenencia y rivalidad entre el clero y fue allí con la
paz de Cristo, presintiendo que no volvería más a su descanso de Marmontier.
Una fiebre muy alta le avisó de su próximo fin. Se hizo acostar en un lecho de
ceniza, diciendo a sus discípulos: “el
único sobre el cual debe morir un cristiano”. El día 8 de noviembre del año
397 expiró. Su cuerpo fue llevado a Tours y enterrado en el cementerio
cristiano, a la entrada de la ciudad.
La voz del
pueblo lo canonizó. Su vida escrita por Sulpicio Severo, se extendió muy pronto
por todo el Imperio y durante la Edad Media se peregrinaba a la tumba de san Martin. Su fama de
taumaturgo llevaba allí toda clase de enfermos y necesitados con la esperanza
de que serían curados de cualquier enfermedad, como se dice en el himno iste
Confessor, compuesto originalmente en honor del Santo. “Quolibet morbo fuerint gravata Restituuntur”. Curar de cualquier
enfermedad que padezcan.
Publicado en Cuenca, 11 de noviembre
de 2019 y 11 de noviembre de 2024.
Por: José María Rodríguez
González. Profesor e investigador histórico.
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