¿Quién no ha oído hablar de las profecías de Malaquías, que atribuyen un lema a todos los papas y fijan su número hasta el fin de los tiempos? No hay que alarmarse, dichas predicciones son obra de un autor apócrifo del siglo XVI, pura superchería. Y desde luego no tienen nada que ver con nuestro santo, quien tampoco ha de confundirse con la profecía del Antiguo Testamento.
El verdadero
Malaquías fue un monje irlandés muy bien documentado, ya que el propio San
Bernardo, amigo y admirador suyo, escribió su vida. Sabemos que fue monje en
Bangor, luego obispo de Connor y en el 1132 arzobispo de Armagh. Primado de
Irlanda, fundó en 1142 la primera abadía cisterciense de la isla, y murió en
Clairvaux, donde él hubiera querido quedarse.
San Bernardo
refiere muchos de los prodigios que acompañaron su vida, tantos y algunos tan
fantásticos que dificultan la visión del hombre al que se aplican; a veces la
piedad es así, no sirve de pedestal, sino de pantalla, y a través de ésta todo
se ve borroso y como magnificado, mejorado por las buenas intenciones de los
devotos.
Es posible que
esta misma sensación la tuviera ya San Bernardo, quien conocía bien al
personaje, y por eso añade que a pesar de todo “el mayor de sus milagros era él
mismo”. Los milagros no desaparecen ni se niegan, son humildes lujos clamorosos
de la santidad, préstamos de la omnipotencia divina, pero resultan poca cosa
ante la maravilla de la imitación humana de Cristo. Todo santo viene a ser un
milagro viviente en torpes leyendas o en resplandores taumatúrgicos, esconde su
vida secreta y profunda, visible sólo para Dios.
Cuenca, 14 de
noviembre de 2019 y 14 de noviembre de 2024.
José María
Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.
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