San Félix fue hijo de Raúl I, conde de Vermandois y de Valois, y de Leinor de Champagne. Nació en el castillo de Amiens el 11 de abril de 1127. Le pusieron en nombre de Hugo en el bautismo.
La condesa Leonor quiso que San Bernardo bendijera a su pequeño y lo llevó a Claraval, cuando apenas contaba con tres años. Fue recibida a la entrada del monasterio por San Bernardo, luego el cortejo se dirigió a la iglesia entre luces y cánticos de salmos. El abad celebró la Santa Misa y al final tomó al niño, lo ofreció a Dios y lo consagró a la Santísima Virgen. La ceremonia terminó con el canto del Te-Deum y un Evangelio que rezó San Bernardo sobre la madre y el niño.
San Félix de Valois. |
Desterrado el papa Inocencio II de Roma, buscó asilo en Francia y el conde Valois le ofreció su castillo de Crépy como residencia. El Papa aceptó y, en testimonio de su gratitud, puso nuevamente sus manos de bendición sobre la cabeza angelical del pequeño Hugo.
La vida en su brevedad es larga y tiene muchas vueltas y altibajos, como las aguas de un arroyo. Tras un problema de infidelidad por parte de su padre, vio en las lágrimas de su madre en momento de partir del lado de ellos y recordando al abad de Claraval resolvió ir en busca de luz y consuelo, resuelto a dejar el mundo y a recogerse en la fortaleza de la soledad, de la meditación y de la penitencia. Hugo se creyó en el cielo, en una casa de ángeles en el monastrio. Se olvidó del mundo, estaba dispuesto a esconderse en el desierto. Un día se despidió de San Bernardo y desapareció, se internó en los Alpes en busca de un ermitaño de quien le habían hablado, y allí se quedó con él, dispuesto a enterrarse en vida y a obedecer en todo. Dejo el nombre de Hugo y tomó el de Félix, con el que había de pasar a la historia, aunque él creía que así nadie le habría de reconocer.
En aquel aparto mundo de Dios le surgió la idea de reunir compañeros y dedicarse a la redención de cautivos cristianos. Un día estaba junto a la fuente y vio venir hacia la corriente de las aguas un ciervo con una cruz roja y azul entre los cuernos. Por entonces no supo el significado del misterio.
Por el mismo tiempo se comunicó Dios con otro Santo y le inspiró que buscara a Félix, Juan de Mata fue al desierto de Meazux, habló con Félix y los dos coincidieron en los mismos ideales de redención y convinieron que era preciso acudir a Roma.
Se presentaron ante el Pontífice en el plan de crear una nueva Orden religiosa. Los discípulos los esperaban en el desierto de Cerfroid con ansiedad y todos alabaron a Dios cuando supieron que el Papa había dado su aprobación.
Félix se quedó en Francia y Mata salió para España, África e Italia. Estableció la Orden en estas naciones, reunió limosnas, redimió cautivos, mientras San Félix trabajaba en Francia y desde allí le mandaba dinero y hombres.
Félix vio que llegaba su hora y no quería morir sin el consuelo de abrazar al padre Juan de Mata. Dios accedió a este santo deseo suyo y contra la natural expectación de los religiosos, un día apareció en Cerfroid el padre Mata. Venía contentísimo porque sus frailes habían hecho maravillas en Berbería, en Túnez, en Argel, en el reino de Valencia. Dios estaba con la Orden. Conversó largamente con Félix y se volvió a Italia. Al poco tiempo murió santamente San Félix, dando un apretado beso de amor al Santo Crucifijo. Esto sucedió el 4 de noviembre de 1212.
Publicado en Cuenca, 20 de noviembre de 2020 y 20 de novimbre de 2024.
Por: José María Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.
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FUENTES
CONSULTADAS:
-Año
Cristiano para todos los días del año. P. Croiset. Madrid. 1846.
-La
casa de los santos. Carlos Pujol. Madrid. 1989.
-Año Cristiano. Juan Leal, S.J. Madrid. 1961.
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