Desde muy antiguo se ha preocupado la Iglesia de la suerte de sus hijos que pasaron a la otra vida y de ofrecer toda clase de sufragios en su favor.
Se debió la introducción de esta fiesta litúrgica al célebre abad de Cluny san Odión. Pronto se divulgó esta devota costumbre por toda Europa. El papa Juan XVI mandó celebrar esta conmemoración en todo orbe cristiano. Con el laudable fin de multiplicar los sufragios, el episcopado de España alcanzó de la Santa Sede, el permiso para que cada sacerdote pudiera celebrar tres misas aplicables a las benditas almas del Purgatorio, una de ellas obligatoriamente y sin estipendio conforme lo ordenó el papa Benedicto XIV. Es muy popular y muy extendida también la costumbre de celebrar en el mes de noviembre el llamado Novenario de las Ánimas, así como otros ejercicios piadosos a favor y sufragio de las pobres dolientes del Purgatorio.
El mundo ha querido paganizar el recuerdo de los difuntos y amontona alrededor de ellos coronas, flores, luces y todo el boato y lujo fúnebre que no sirve más que para halagar la vanidad estólida de los vivos, sin producir el más ligero alivio y favor a los muertos.
El fiel cristiano consciente de sus deberes y en aras de la más pura caridad, aun dejando correr las lágrimas por la pérdida de los seres queridos –que también Cristo rogó con las suyas santísima la tumba de su amado amigo Lázaro- ofrezca por sus amados difuntos más sacrificios y limosnas que flores y luces, y más que coronas que se marchitan, plegarias encendidas, fervorosas y constantes, y sobre todas ellas el Sacrificio de la Misa, que impetrará la misericordia divina a favor de aquellos la única, verdadera y perenne corona que es la bienaventuranza eterna.
Publicado en Cuenca, 2 de noviembre de 2020 y 2 de noviembre de 2024.
Por: José María Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.
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FUENTES:
-Festividades
del año Litúrgico. Dr. Vicente Tena. Obispado de Huesca. Barbastro. 1945
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