domingo, 17 de noviembre de 2024

Dedicación de las basílicas de San Pedro y San Pablo. Festividad del 18 de noviembre.

    La liturgia de hoy nos llama a Roma, a la tumba de los dos Apóstoles, a las basílicas de San Pedro y San Pablo. Están distantes entre sí, la una en la Vía Cornelia y la otra en la de Ostia. Pero un mismo espíritu las une, una misma fe y grandeza se respira en ellas, un mismo Cristo habla en las dos.

Hemos de pensar que la muerte de San Pedro y San Pablo en Roma hizo más conquistas que con la de todos sus soldados y legionarios. El fuego sacro que irradia calor y vida se recoge junto a la tumba de los dos Apóstoles. Allí se arrodilla Roma, allí mira el mundo y allí se hace Cristo visible.

Es cierto que San Pedro fue enterrado en la colina del Vaticano, cerca del lugar de su crucifixión, que estaba junto al circo de Nerón. La tumba de San Pedro fue núcleo de atracción para otros sepulcros cristianos posteriores, especialmente de los Papas del siglo I y II, desde San Lino hasta San Víctor.

Sobre el sepulcro de San Pedro in Vaticano levantó el papa Anacleto una memoria, esto es, un oratorio. Apenas brilló el sol de la paz, el papa San Silvestre propuso a Constantino que diese a los sepulcros de Pedro y Pablo aquella forma exterior de grandeza arquitectónica y riqueza artística que exigían los dos mayores santuarios de la fe católica.

Constantino acogió la idea, y tanto la Vía Cornelia como en la Apia, levantó dos magníficas basílicas, domus regales las llama el Libro Pontifical, resplandecientes por el oro y dotadas con un ingente patrimonio inmueble que llegaba hasta Oriente.

La liturgia de las fiestas principales, como la Epifanía, en la Ascensión y Pentecostés, tiene lugar en la basílica de San Pedro. El Papa, los presbíteros y diáconos romanos son aquí consagrados. El nuevo Pontífice comienza en ella su pontificado y lo termina también con su sepultura. El Papa bautiza en el baptisterio de San Dámaso y cuando confirma se sienta en la misma Cátedra de madera que, según la tradición, usaba San Pedro, venerada por todas las generaciones, adornada y enriquecida con la mejor que supo inspirar el arte y el genio de la fe. Rodeada por León IV de una muralla torreada, la Ciudad Leonina, surgió en el siglo IX como el símbolo fuerte del Pontificado Supremo. Hasta este tiempo la tumba de San Pedro debía estar visible. Con motivo de la invasión sarracena, se ocultó.

Una inscripción que se leía en la bóveda, debajo del mosaico del ábside, renovado por Inocencio III en el siglo XII, nos indica la idea cristiana sobre la basílica de San Pedro:

“Esta es la Suprema Sede de Pedro y el templo consagrado al Príncipe de los Apóstoles. Esta es la Madre, la gloria y el ornato de todas las iglesias. Quien rinde devota adoración en este templo a Cristo. Recogerá las flores de su virtud y a su tiempo, el fruto de la eterna salvación”.

Las actuales basílicas de San Pedro y San Pablo no son las mismas que admiraron los peregrinos en la Edad Media. El templo de San Pedro fue derribado en el siglo XVI, reconstruido con mayor esplendidez y vuelto a construir por Urbano VIII el 18 de noviembre de 1626.

En el año 1823, mientras Pío VII, en su agonía, recordaba delirando los días felices que había pasado como simple monje de la abadía de San Pablo, un tremendo incendio destruyó gran parte de la basílica del Doctor de las gentes. Las llamas respetaron con dificultad el crucero donde estaba el altar del Apóstol, bajo el arco triunfal de San León Magno. Al Papa moribundo se le ocultó la tragedia. ¡Único dolor que se le perdonó a aquel Pontífice Mártir!

La fe y generosidad de cuatro Pontífices levantaron la nueva basílica de San Pedro, mayor, más hermosa y artística que la primera. Pío IX la consagró el 10 de diciembre de 1854, en presencia de los cardenales y obispos que habían acudido a Roma de todas las partes del mundo, para asistir a la proclamación del Dogma de la Inmaculada.

Publicado en Cuenca, 18 de noviembre de 2020 y el 18 de noviembre de 2024.

     Por: José María Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.

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FUENTES CONSULTADAS:

-Año Cristiano para todos los días del año. P. Croiset. Madrid. 1846.

-La casa de los santos. Carlos Pujol. Madrid. 1989.

-Año Cristiano. Juan Leal, S.J. Madrid. 1961.

 

 

 

 

 

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