Una de las
medidas adoptadas por Diocleciano para fortalecer el imperio fue la depuración
del ejército. Todos los soldados cristianos debían renunciar a su religión o
abandonar el servicio militar. Eusebio nos dice que algunos soldados cristianos
perdiendo no solamente su grado, sino también la vida por conservar la fe. A
esta persecución pertenecen según todos los indicios, los invictos mártires de
Calahorra, Emeterio y Celedonio.
San Emeterio y san Celedonio. |
De ellos nos
habla Prudencio en el primer himno del Peristéfanon,
calcando las Actas preconsulares. En vez de dar pábulo a la fantasía, advierte
de toda lealtad, lamentándose en sentidas frases, que el olvido ha cubierto la
memoria de los dos campeones de la fe y lo achaca a que las Actas fueron
quemadas por orden superior. Alude manifiestamente a las medidas generales que tomó
Diocleciano, en el año 303, para destruir todos los libros religiosos de los
cristianos. Esto nos prueba de esta advertencia, en que se echa de ver la
seriedad del narrador, recoge Prudencio lo poco que la tradición había
conservado acerca de San Emeterio y san Celedonio.
Los dos
soldados mártires de Calahorra, aunque no es seguro que nacieran allí; parece
que ambos pertenecían a la Legión VII Gemina
Pia Felix que estuvo acampada cerca de lo que actualmente es León, tal vez
eran hermanos, aunque no nos consta tal hecho, y lo que sí es indudable es que
fueron degollados en el antiguo arenal que bañaba el río Cidacos.
Antes de su
muerte permanecieron largo tiempo en prisión, tanto que se nos dice que les creció
mucho el cabello, pero ni las amenazas, ni la cárcel, ni la tortura menguaron
su talante marcial. “Ya es tiempo de dar a Dios lo que pertenece a Dios”, se
supone que dijeron glosando la frase evangélica, y según las actas agregan con
lenguaje belicoso: “Que nuestra vibrante confesión de fe hiera como una
jabalina al enemigo allí donde se encuentre”.
“Como una
jabalina” es traducción libre de missilibus
(es decir, al modo de un arma arrojadiza), la misma palabra que hoy empleamos
para designar armas arrojadizas mucho más devastadoras, pero aún llama más la atención
ese uso de la fe como metáfora militar, no solamente para la defensa sino
también como algo que se dispara con objeto de que el testimonio pueda herir a
quien esté a gran distancia.
A gran
distancia del tiempo estamos nosotros, y a pesar de que las autoridades
prohibieron con graves penas que su historia se pusiera por escrito –temiendo la
lejana herida que podrían causar los mártires- sus nombres nos han llegado en
voz de san Isidoro, de san Eulogio y sobre todo en los himnos de su paisano el
poeta Prudencio. La poesía multiplica así el efecto de su muerte, y lo que
hicieron nos concierne en nuestra modernidad.
Según la
tradición, al morir se vio subir por el aire, derechos al cielo, el anillo de
Emeterio y el pañuelo de Celedonio, símbolos visibles de su gloria. El culto de
estos mártires se extendió por todo el norte de España: Navarra, las
Vascongadas, Santander, y por el mediodía de Francia. son patronos de Calahorra,
en cuya catedral se conservan sus reliquias.
Publicado en Cuenca, 3 de
marzo de 2021 y el 3 de marzo de 2024.
Por: José María
Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.
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