Entre los
santos que el día 10 de marzo celebramos, he elegido a este grupo de mártires
que en realidad fueron 39.
Con relación a
los cuarenta mártires de Sebaste nos dan una gran lección: “la importancia
absoluta de la perseverancia hasta el final”. No basta luchar; hay que llegar
hasta el fin, pues no será coronado sino el que termine como buen soldado de
Cristo. Eran cuarenta soldados; todos habían confesado varias veces la fe; todos
habían sido encarcelados; todos habían padecido diversas clases de tormentos;
todos parecían que tocaban con las manos la palma de la victoria. Más cuando
faltaban unos minutos, tal vez segundos, para llegar a la meta, uno de ellos
flaqueó y perdió la corona gloriosa del martirio. “El que pone su mano en la esteva del arado (pieza corva del arado
donde se apoyaba la mano para dirigir el arado) y la quita después no es digno
del reino de los cielos”.
Estamos en el
año 320, en Sabaste de Armenia, durante la persecución de Licinio, que se había
quedado con la parte oriental del Imperio Romano. A una con Constantino había
promulgado el 313 el edicto de Milán, que concedía a la Iglesia la libertad.
Licio enemigo
acérrimo de los cristianos empezó por prohibir las reuniones en las iglesias,
que los obispos saliesen de sus territorios para evangelizar, confiscó los
bienes de las comunidades cristianas y aún de los particulares y echó de la
corte y del ejército a todos aquellos que se negaron sacrificar a los dioses
del Imperio.
En Sabaste
fueron expulsados del ejército y encarcelados a cuarenta oficiales y soldados,
siendo encarcelados. Habían recibido la sagrada comunión en la cárcel y se
sentían bien preparados para el martirio. Antes de ser arrojados a las llamas
debían pasar la noche desnudos en un
estanque helado, como habla san Efrén, con un viento frío del norte.
El hielo se
pegaba a las carnes, la piel se amorataba y se agrietaba con horrendo espanto.
En aquella angustia y agonía, un infeliz desfalleció, corrió a las pilas de
agua templada, que la tenían cerca, tan vez en las termas del “gymnasium”, para
reavivar a los que en la última hora, saliéndose del estanque helado, corriesen
allá en prueba de que apostataban y renunciaban a la fe de Cristo. El pobre
infeliz no pudo reaccionar en las aguas
calientes y murió, con pérdida de la vida terrena y la corona eterna de la
gloria.
El piquete de
guardia fue testigo de los hechos. Vieron bajar del cielo una fila de ángeles
con coronas en las manos que paraban sobre las cabezas de los mártires
cristianos, siendo éstas 39 como así eran los martirizados.
Al día
siguiente hallaron a todos muertos, los echaron en los carros y los llevaron a
quemar cerca del río, luego las aguas llevaron sus cenizas.
Publicado en Cuenca, 10 de
marzo de 2020 y el 10 de marzo de 2024.
Por: José María
Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.
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