Su festividad
arranca en el año 1890, en que fue declarado Doctor de la Iglesia por León
XIII, cuando en el primer período de su pontificado dio tantas muestras de
interés por los problemas de Oriente.
Cuando el
imperio griego postraba una profunda decadencia, aparece este gran Santo, como
valiente representante de la Iglesia antigua. Tras él y al poco tiempo, estalla
el cisma de Facio.
Nació en
Damasco de una familia distinguida hacia el año 675, cuando la ciudad estaba
bajo el dominio de los califas, y sucedió a su padre en el cargo de logoteta o
jefe de los cristianos. Su fe y amor a la vida de oración y recogimiento le
obliga a renunciar al puesto y antes del año 726 ingresó en el monasterio de
San Sebas, cerca de Jerusalén, juntamente con su hermano Cosme, que había de
ocupar en el 743 la sede episcopal de Mayuma, en los alrededores de Gaza.
Ordenador sacerdote por Juan V, patriarca de Jerusalén, vivió recogido en el
monasterio de san Sebas, entregado a la oración y al estudio hasta que le llegó
su muerte en el año 749.
Su celo por el
culto de las sagradas imágenes le acarreó muchas persecuciones y disgustos. El
conciliábulo iconoclasta de Constantinopla del 754 anatematizó su memoria con
cuatro maldiciones; en cambio, el VII Concilio de Nicea, celebrado en el año
787, colmó su nombre de alabanzas y bendiciones. Ya el 813 atestigua Tófanes
que se le daba en Oriente el nombre de Crisórroa, que vierte oro, “por la
gracia espiritual que centellea como oro deslumbrador en su doctrina y en su
vida”.
San Juan
damasceno es también uno de los grandes devotos de la Virgen. Cree en su
Asunción corporal a los cielos y en uno de sus cánticos se expresa con devoción
y piedad filial.
Una tradición
explica la devoción del Santo a la Virgen por un milagro que es universalmente
conocido: San Juan está de rodillas ante la Virgen y la celestial Señora toca a
su devoto para restituirle la mano derecha que le había hecho cortar el califa,
por una falsa acusación. El emperador de Constantinopla, Constantino Coprónimo,
furioso iconoclasta, quería vengarse de san Juan Damasceno. Invento para ello
una calumnia, como si el Santo hubiera escrito una carta, ofreciéndole el reino
de Damasco. La carta vino a poder del califa, y éste, mandó que le cortasen la
mano derecha y fuese expuesta en la plaza pública.
San Juan,
enteramente inocente, acudió en su desgracia a la Virgen y le prometió
consagrarle su vida y su pluma. La Virgen se le apareció en sueños y le dijo: “Estás
curado. Compón himnos, predica mis glorias
y cumple tu promesa”. Al despertar , la mano derecha estaba en su sitio.
Publicado en Cuenca. 27 de
marzo de 2020 y el 27 de marzo de 2024.
Por: José María
Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.
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