Su recuerdo
nos llega de la mano de la poesía, cuya expresión ingenua y arcaica armoniza
muy bien con la remota figura de esta virgen de Burgos. Nadie recordaría ya a
esta santa de no ser por Gonzalo de Berceo.
Orea,
castellanización de su nombre latino de Áurea o dorada, fue natural de
Villavelayo (La Rioja), y sabemos que sus padres se llamaban García Nuño y Santa
Amunia (cuya festividad también se celebra este día). Cuando era aún muy joven
se presentó en el monasterio riojano de san Miguel de la Cogolla y solicitó del
prior “prender orden e velo, vevir en
castidat”.
Desde entonces
fue una reclusa o emparedada por voluntad propia, y “si antes fuera buena, fue
después muy mejor”. Frente al altar mayor y el coro donde cantaban los monjes,
en una angosta celdilla construida junto al muro de la iglesia, mortificaba su
cuerpo (“non façía a sus carnes nulla
misericordia”), rezaba, leía una y otra vez las Escrituras y las vidas de
santos e hilaba y cosía para la comunidad.
Tuvo
estupendas visiones que Berceo nos cuenta con cándidas y encendidas palabras de
devoción, resistió los embates del Maligno, aconsejó espiritualmente a los que
iban a consultarla de toda la comarca, y por fin “la reclusa leal” cuya “oración foradaba los cielos”, murió a
los 26 años, el día 11 de marzo de 1070, estando presente su madre Amunia, y el
abad del monasterio, don Pedro, la enteró en una cueva abierta en la roca del
mismo monasterio de San Millán de la Cogolla.
Los devotos levantaron una capilla en la que se le da culto donde pasó
los primeros años de su vida.
Fue publicado en Cuenca, 11 de
marzo de 2020 y el 11 de marzo de 2024.
Por: José María
Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.
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