Aún después de hacerse protestante, los suecos siguen viendo en ella un prototipo nacional de mujer resuelta y animosa, de fuerte personalidad y atraída por el imán espiritual de Roma, lo mismo que la soberana conversa que fue Cristina. Si ésta no fue santa (aunque se la sepultó en San Pedro) y dejó un recuerdo entre libertino, novelesco y extravagante, Catalina y su madre, Brígida, están en los altares.
Santa Catalina de Suecia También conocida como Santa Catalina de Vadstena |
Hija, pues, de la Brígida fundadora a la que veremos el 23 de julio, después de un matrimonio blanco –había hecho voto de castidad- con el piadoso conde Edgard Lydersson, en el 1350 se trasladó a Roma para ayudar a su madre, ocupada en conseguir que los pontífices aprobaran la orden del Santísimo Salvador.
Un cuarto de siglo vivieron ambas en la Ciudad Eterna entre grandes austeridades, cuidando a pobres y enfermos, y corriendo también graves peligros de toda índole que Catalina afrontaba con una decisión y una confianza en Dios que caracterizan su in trépido modo de ser.
Tras enviudar, Brígida volvió a su patria, fue abadesa del monasterio de Vadstena, en la orilla derecha del lago Vättern, y aún en el 1375 efectuó de nuevo el viaje hasta Roma para activar la aprobación de la orden y promover la canonización de su madre.
Murió en Vadstena como un espejo de virtudes, y según la tradición se vio surgir en el cielo una estrella desconocida que permaneció en el aire sobre el monasterio hasta que llevaron a enterrar a la santa, para luego desaparecer cuando su fatigada humanidad andariega volvió al polvo.
Cuenca, 24 de marzo de 2024.
José María Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.
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Fuente
documental:
La
casa de los santos. Carlos Pujol. Ediciones Rialp. S.A.Madrid. 1989
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