Es también conocido
como san Focas el Jardinero, Focas de Havenier, Focas el Hortelano. Fue un
jardinero de la región romana de Paflagonia, hoy diríamos Turquía, martirizado
en tiempos del emperador Diocleciano. Es venerado como santo por las iglesias,
Católica y Ortodoxa oriental. El día 5 de marzo se asentó su fiesta.
San Focas el Hortelano |
Según se
cuenta, San Focas nació en Sinope, región de Paflagonia, en Anatolia, entonces
región de Roma. Vivía en las afuera de la ciudad trabajando su huerto, y era
acogedor, alegre y hospitalario como pocos. Cuando se decreta en su zona, una
persecución contra los cristianos, no se altera en lo más mínimo, no huye,
sigue con su vida de siempre, como si la cosa no fuera con él, porque uno de
sus rasgos más característicos es la serenidad o, por así decirlo, la sangre
fría.
Llegan a su
cabaña unos soldados que no le conocen, y él, según su costumbre, les invita a
entrar y les sirve de comer; luego les pregunta qué les trae por allí, y le
responden que buscan a un tal Focas, hortelano, y que su misión es quitarle la
vida por hechicero y encantador. ¿No puede ayudarles su amable huésped a
prenderlo? De ser así, ellos se encargarán de que reciba una recompensa y
honores.
San Focas, sin
inmutarse, dijo conocer muy bien al hombre a quien buscaban, y aseguró que lo
pondría en sus manos, pero que ahora era mejor que descansasen, que él se
encargaría de todo. A continuación se fue a cavar su sepultura y a disponer sus
últimos preparativos, y a la mañana siguiente se presentó de nuevo ante sus perseguidores
diciendo que él era a quien andaban buscando. Los soldados no sabían qué hacer,
pero al fin cumplieron las órdenes y le cortaron la cabeza y lo enterraron en
la tumba que él mismo había cavado. Esto sucedió en el año 303.
Según la
tradición oriental, san Focas curaba las mordeduras de serpientes venenosas por
lo que se considera protector contra las picaduras de insectos, envenenamiento
y mordeduras de serpientes.
Fue publicado Cuenca, 5 de
marzo de 2020 y el 5 de marzo de 2024.
Por: José María
Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.
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