El culto a San
Vicente es muy antiguo y su nombre entró junto con el de San Esteban y San
Lorenzo en las Letanías de los Santos. Su martirio hay que colocarlo a
principios del siglo IV, en la persecución de Diocleciano, cuyos edictos se
encargó de ejecutar en España el tirado
Daciano. Los extraordinarios suplicios que padeció le hicieron pronto
célebre en toda la Iglesia.
San Vicente, diácono y mártir |
San Vicente
descendía de ilustre familia, pues su abuelo había sido cónsul. Educado desde
niño en la piedad, realizó los estudios en Zaragoza, donde el obispo Valero le
nombró arcediano, o sea el primero de los diáconos. Siempre que había que
hablar o predicar lo hacía Vicente en nombre de su Obispo.
Apenas llegó
Daciano a Zaragoza, mandó apresar a las dos figuras más respetadas de la Iglesia
del lugar: el Obispo Valero y al Arcediano Vicente. Ambos fueron llevados a
Valencia y las declaraciones fueron realizadas por Vicente porque el Obispo
Valero era tartamudo. A Valero lo desterró Daciano y a Vicente lo torturaron
cruelmente con el propósito de que renegara de su fe.
A todo
resistió el mártir, firme en su fe. Fue arrojado en una mazmorra, calabozo
muy estrecho que Prudencio describió así:
“en el sitio más bajo de la prisión existe un lugar más negro que las mismas tinieblas
y estrangulado por las estrechas piedras de una bóveda bajísima. Allí se
esconde la eterna noche, sin que jamás penetre un rayo de luz. Allí tiene la
horrible prisión el infierno”. Dentro de este calabozo metieron al mártir con unos
cepos de madera en los pies, de modo que sus piernas estuvieran violentamente
separadas una de otra. Para que no pudiera encontrar ningún descanso y
sembraron el suelo con pedazos de clavos puntiagudos.
Las Actas
cuentan un milagro que tuvo lugar en este antro de tortura. De repente se
iluminó el calabozo y el suelo, cubierto de molestos cascotes, se convirtió en
una alfombra de flores, mientras los ángeles cantaban una música divina.
Daciano se enteró y dio órdenes para que cuidaran al mártir y le curaran las heridas.
La intención era el poder seguir torturándolo cuando se hubiera repuesto de sus
heridas.
El carcelero,
que se había convertido, ejecutó la orden con alegría. Preparó una cama blanda,
acostó en ella a Vicente y dejó que entraran libremente los cristianos para
curarle las heridas. Los paños empapados en su sangre se los llevaban como
preciosas reliquias.
No sirvió de
nadan los cuidados, pues Vicente estaba ya medio muerto. Rodeado de los fieles
exhaló su alma gloriosa.
Cuando Daciano
se enteró, mandó echar el cuerpo al campo, para que sirviera de pasto a las
fieras y aves de rapiña. Dios cuidó de él e hizo que todas lo respetasen. Los
agentes de Daciano lo metieron en un saco cosiéndolo, del que pendía una piedra
muy pesada, y lo arrojaron en alta mar. Más las olas lo trajeron a la orilla y
lo enterraron en la arena. Allí estuvo hasta que algunos años más tarde fue
trasladado y puesto bajo el ara de una suntuosa basílica. Su culto se extendió
en seguida por toda la cristiandad.
Publicado en Cuenca, 22 de
enero de 2020 y el 22 de enero de 2024.
Por: José María
Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.
Me gustaría saber en qué parte de España se encuentran sus restos
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