Un antiguo
escrito nos presenta así a San Pablo en su exterior: “Bajo de estatura, calvo,
algo zambo, ojos grandes, cejas pobladas, nariz ligeramente arqueada, gesto
simpático”.
San Pedro fue
un trabajador manual, tejedor, especializado en la fabricación de tejidos
fuertes de pelo de cabra, que servían para hacer tiendas de campaña, como las
que utilizan todavía los pastores de Cilicia (Armenia) y los beduinos del desierto. “Mirad, escribirá más tarde al pie de una
de sus Cartas, qué letra más mala tengo”.
Es posible que sus dedos gruesos de obrero acostumbrado a manejar un pesado
instrumento, no se aviniera bien con la pluma. San Pablo tejía para ganarse la
comida.
Pablo era un judío
cien por cien. Nacido fuera de Judea, en Tarso de Cilicia (Armenia), en un ambiente
pagano, en una ciudad comercial. San Pablo estaba abierto al mundo helenista;
pero su educación fue en Jerusalén, a los pies de Gamaliel, esta educación le
hizo rigorista, le cerró su alma grande en los marcos estrechos de la
moral y casuista farisea.
Pablo no
conoció a Jesús en sus años de vida terrenal. Llegó a la ciudad poco después de la Pasión. Un
cambio religioso se había operado en su ausencia. Había aparecido el
cristianismo. En Jerusalén se había levantado frente a los escribas y fariseos
otros que se llamaban discípulos del Nazareno y no había estudiado en las
escuelas oficiales. Cuando pablo se enteró a fondo de la predicación de Jesús,
de sus diatribas contra el formulismo de los fariseos, de su independencia en
el cumplimiento de las tradiciones y observaciones humanas le entró un gran
odio para quienes no querían seguir las tradiciones Judías.
En el año 34 o
36 se le presentó una ocasión magnifica de mostrar su odio contra los
cristianos. Pablo no había cumplido aún los 30 años. Es joven, según la
expresión de San Lucas. San Esteban, uno de los profetas de la nueva religión,
es condenado a muerte. Pablo asiste a la lapidación.
Algunas
semanas después Saulo, lleno de encono contra los discípulos de Jesús, deseando
exterminarlos pide a las autoridades judías los poderes necesarios para llevar
hasta Damasco sus pesquisas y persecuciones.
Parte, con una
fuerte escolta para Damasco, con la idea de coger a los cristianos y traerlos
presos a Jerusalén.
Cuando Pablo y
sus acompañantes llegan a la llanura inmensa de Damasco, es pleno mediodía. Una
gran luz del cielo, deslumbra más que el sol, envolvió súbitamente a Saulo y su
comitiva. Ofuscados y aterrados caen en tierra: “Saulo, Saulo, ¿Por qué me
persigues?”, clama desde las alturas una voz fuerte como el trueno. La voz la
oyen todos. Pablo es el único que entiende su sentido y ve a alguien, Vio a Jesús
glorioso, como le habían visto antes de la Ascensión, Pedro, Juan, Tomás y los
demás apóstoles. “¿Quién eres?” –“Yo soy Jesús, a quien tú persigues”. –“Señor,
¿Qué quieres que haga?” Pablo se entrega. Pablo se da todo a Jesús. Desde ahora
ni la muerte ni la espada, ni los ángeles, ni el porvenir, ni criatura alguna
podrá separarlo del amor a Cristo.
-“Levántate;
entra en Damasco y allí se te dirá lo que tienes que hacer”.
Entre tantas
conversiones como registra la historia, ésta tiene un lugar destacado en el santoral
porque es un episodio que la Iglesia ve como paradigma y que tuvo consecuencias
incalculables. Emblema de todas las conversiones, obra de Dios y no del esfuerzo
humano. Una vez aceptado el trascendental cambio, Pablo pasa a ser instrumento
irresistible de la Providencia. Una conversión “súbita, total, definitiva,
magnífica, con el encanto de la rapidez, el encanto de la plenitud y el encanto
de la duración”.
Pidamos que en
este día seamos tocados por la mano de Dios y nuestra conversión sea plana y
satisfactoria a los ojos del Altísimo como la de San Pablo.
Publicado en Cuenca, 25 de
enero de 2020 y el 25 de enero de 2024.
Por: José María Rodríguez
González. Profesor e investigador histórico.
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