El nombre de
Inés es griego, Agnes, y significa lo
mismo que pura. Lo llevaron también otras mujeres cristianas, como se puede ver
en las inscripciones que se han encontrado en las Catacumbas de San Calixto y
de la propia Santa Inés, en la Vía Nomentana. Inés es la doncella del cordero,
Agnus, en latín, caracterizada por la pureza y la intrepidez, porque esta
virgen es una de las mártires que tiene más veneración en Roma.
Como suele
ocurrir en estos casos, no abundan las certezas sobre su vida. De ella sólo
sabemos con seguridad que sufrió martirio a comienzos del siglo IV y que fue sepultada en el cementerio de la Vía
Nomentana (tal vez donde estuvo la casa de campo de sus padres). Cincuenta años
después de su muerte se erigió allí mismo una iglesia en su honor.
Era una niña,
debía de tener unos doce años y pertenecía a una familia cristiana. Sin duda se
consagró a Dios, es posible que rechazase ofertas de matrimonio, y en circunstancias
un tanto oscuras murió degollada.
Su heroísmo
impresionó mucho y de época muy antigua son numerosos testimonios de autores
que empiezan a tejer una cándida leyenda con adornos no siempre creíbles.
San Ambrosio y
san Dámaso hablan de su martirio: "Inés era una niña de doce o trece años cuando
fue sentencia a muerte. Fue dada en matrimonio y no podía salir de su casa
hasta el día de su boda, logro escaparse y en un arrebato de fervor y de fe, se
presentó ante las autoridades paganas confesándose cristiana".
Por su hermosura
fue condenada a un lupanar (burdel) público situado en los pórticos exteriores
de los circos, estadios y teatros públicos de Roma. La tradición fija el sitio en
Domiciono o circo Agonal, donde hoy se la levanta la iglesia de Santa Inés, en
la plaza Novana.
Según Dámaso, en el lupanar fue expuesta al público, sus cabellos, extendidos a lo largo del cuerpo,
cubrieron su desnudez como un manto providencial. Prudencio añade un episodio
más. Dice que hubo un joven que se acercó a la Santa y la miró con ojos de
lujuria e impuros. Bajó del cielo un pájaro de fuego que, cayendo sobre él como
un relámpago lo cegó y derribó por tierra, de donde sus compañeros lo
levantaron casi muerto. “Hay quien cuenta, sigue Prudencio, que Inés rogó a
Cristo por el muchacho caído y le devolvió la vista y el sentido”.
El juez siguió
terco en su demencia y acabó por dar órdenes para que fuese degollada. “Está de
pie, dice San Ambrosio, firme y serena. Reza e inclina la cabeza, mientras
tiembla el verdugo y su rostro palidece”. El hierro cae, y “un solo golpe basta
para tronchar la cabeza. La muerte llega
antes que el dolor”.
Así murió esta
virgen, de la cual consta ciertamente que vivió pura como un ángel y murió
mártir, como un soldado.
Roma celebra
con todo esplendor la fiesta de Santa Inés. El Cabildo de Letrán paga hoy al
Papa, a título de censo, dos corderitos blancos, con cuya lana se teje el palio de los arzobispos.
Antes de entregárselos, se presentan a Santa Inés en su altar; están allí durante
la Misa y luego reciben una bendición espiritual. El Papa los confía después a
las benedictinas del monasterio de Santa Cecilia in Trastevere.
Nuestro
español Prudencio tiene un himno a Santa Inés, que no puedo omitir para
terminar:
“Virgen afortunada, nueva gloria,
noble habitante del celeste alcázar,
dirige tu mirada a nuestro combate.
Tú, que ciñes doble corona.
A ti sol concedió el universal Creador
que hicieras casto el lupanar.
Yo seré pura si tú,
con los esplendores de tu verbo
misericordioso
me llenas el corazón.
Por fuerza será limpio
aquel que tú, piadosa, te dignes visitar
atocar al menos con tu virginal planta”.
Publicado en Cuenca, 21 de enero de 2021 y el 21 de enero de 2024.
Por: José María
Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.
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