El
Martirologio Romano nos habla hoy de San Marcelo, Papa y mártir, “el cual, por
confesar la fe católica, primeramente fue azotado con manojo de varas por orden
del tirano Majencio; después fue condenado a cuidar de las bestias, en cuyo
ejercicio murió cubierto de cilicios”.
En Roma hay
una iglesia dedicada a San Marcelo, en una plaza pequeña que se abre al Corso,
muy antigua, pues llega probablemente al siglo IV, y que guarda relación con
esta tradición. Según las Actas de San Marcelo, escrito de principios del siglo
IV, muy interpolado, el solar primitivo formaba parte de la casa de una gran
señora romana, llamada Lucina o Novella. Corazón limosnero y muy devoto, hizo
donación total al Papa San Marcelo, que edificó allí una pequeña iglesia, con
grande enfado y disgusto del emperador Majencio. Fue inmediatamente destruida
por los soldados y convertida en pública caballería. El Papa fue también
apresado y declarado esclavo público, y obligado a limpiar los caballos de
aquella primera estancia de la Vía Flaminia, A fuerza de humillaciones y malos
tratos murió muy pronto.
San Marcelo
era un celoso sacerdote de la Iglesia de Roma y fue elegido Papa hacia el año
308, cuatro años después de la muerte de San Marcelino, circunstancias muy
duras y difíciles por la situación interna de la Iglesia. La última persecución
de Diocleciano había debilitado grandemente la comunidad cristiana. Se habían
perdido todos los bienes, la administración había quedado deshecha, las
iglesias estaban destruidas o abandonadas y sin párrocos; sobre todo, había
muchos apóstoles públicos, por miedo a perder la vida, la hacienda y los
empleos. Ahora muchos de estos fugitivos cobardes a favor de la nueva paz, se
habían arrepentido y querían entrar en el redil del Buen Pastor. Con ellos
venían también muchos paganos dispuestos a recibir el bautismo.
San Marcelo
trabajó con inteligencia, fervor y sobre todo, con corazón. Organizó el
gobierno de las iglesias, puso al frente de los nuevos cementerios sacerdotes
dignos y facilitó la entrada a todos los pródigos.
Por parte de
la comunidad de Roma hubo sus disgustos y la tempestad interior salió a la
superficie llegando a los oídos del emperador Majencio que se creyó con el
deber de intervenir personalmente y mal informado creyó que la culpa de todo el
malestar la tenía el Papa. Lo hizo prender y lo sacó desterrado de Roma, hasta
que murió en el destierro.
Esto es lo que
nos cuenta San Dámaso: “Marcelo, como buen pastor, exigió la penitencia a
cuantos habían caído. Por esto se hizo ingrato a los impíos. Hubo un momento de
locura, de odio, de discordia, de lucha, de sedición, de muerte. Se rompió el
vínculo de la concordia. Por las inicuas maquinaciones de uno que había
renegado de Cristo en tiempo mismo de paz, el Pastor fue expulsado del patrio
suelo por la crueldad del tirano”.
San Marcelo
fue acusado por los herejes donatistas de haber ofrecido un sacrificio a los
ídolos para eludir la muerte. Pero la acusación era falsa. Sufrió el martirio
el día de Navidad del años 304. Sus restos están depositados en la iglesia romana
de los Santos Apóstoles.
Publicado en Cuenca, 15 de
enero de 2021 y el 16 de enero de 2024.
Por: José María
Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.
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