Juan el
Limosnero. Hermoso nombre el de este obispo de Alejandría que al morir sólo dejó
el tercio de un céntimo, que legaba a los pobres, a quienes solía llamar “mis
señores”. Dicen que fundó setenta iglesias y dos monasterios, y se le atribuye
una caridad incansable, haciendo que se volviera a dar limosna a un mendigo
insistente que en el curso del mismo día reiteraba sus peticiones.
San Juan el Limosnero. |
¿Quién nos
dice que no es Jesucristo que trata de poner a prueba nuestra generosidad o de
averiguar quién se cansa antes, si Él de pedir o nosotros de dar? Por si acaso,
socórrele, mandaba a su mayordomo. Si dar a pordioseros, como su nombre indica,
es dar a Dios, debería parecer una oportunidad de oro.
No era mala
norma la del Santo. A ver quién se cansa antes, si unos de pedir u otros de
dar, si unos de ofender u otros de perdonar, si unos de hacer el mal u otros de
devolver el bien. Obstinado forcejeo que no espera corresponder, sino todo lo
contrario.
Pasar a la
historia con este apelativo de limosnero es uno de los honores más grandes que
pueden concebirse. Han pasado catorce siglos desde que vivió este personaje, y
su apodo todavía nos conmueve. Esa obsesión por dar, por desposeerse, parece la
sabiduría más alta, que comparte con tantos santos, pero que en él es una
especialidad.
Contra esta
virtud nos defendemos con la prudencia: ¿Y si los pobres nos engañan, si son
unos granujas desagradecidos, si obran de mala fe, si son holgazanes, si luego
se lo gastan en bebida, en vicio? Cuantas preguntas, todas razonables, hay que
admitirlo. Juan el Limosnero no era razonable, porque debía de pensar que si
Dios examinase con tanto rigor nuestras peticiones nunca recibiríamos nada.
Después de
estos razonamientos con relación a San Juan el Limosnero entramos en nuestro
santo toledano San Ildefonso.
San Ildefonso
fue discípulo de San Isidro de Sevilla y de su tío San Eugenio, eligió la vida
religiosa, quizá venciendo la dura oposición de sus padres, y se recluyó en el
monasterio de Agali, “asilo de paz entre las alamedas del Tajo, templo de
virtud y de saber que dado ya tres pastores a la capital del reino” (fray Justo
Pérez de Urbel). Fue abad de Agali hasta que en el 657 se le eligió arzobispo
de Toledo, cabeza de la monarquía visigoda.
San Ildefonso. El Greco. |
En la historia
de la mariología, San Ildefonso es el autor de un importante tratado sobe “La
virginidad perpetua de María”, el primero en su género debido a la Iglesia
española, de inspiración vehemente y llena de fervor: “¿Puede dar ramas de
muerte el tronco de la vida? El huerto cerrado en que brotó la flor de la
peregrina virginidad, ¿había de producir abrojos y serpientes? La fuente de la
vida, sellada con el pacto virginal, ¿manaría el cieno de la impureza?”.
Pero su
popularidad la debe a una tradición que supone que la Madre de Dios, rodeada de
ángeles, bajo a sentarse en su sede episcopal para hacerle entrega como muestra
de gratitud de una casulla. Velázquez, Zurbarán, Murillo, Rubens y otros muchos
pintores han representado la escena, para la que Lope encontró bellísimas
palabras:
Desde
el cielo a Toledo se entapizan
Los
aires de celestes cortesanos.
Aunque ya Gonzalo de Berceo lo haba descrito de un
modo más arcaico e impregnado de sencilla emoción:
Fízole
otra gracia, cual nunca fue oída,
Dioli
una casulla sin aguja cosida,
Obra
era angélica, non de ome texida.
Publicado en Cuenca, 23 de enero de 2021 y el 23 de enero de 2023.
Por: José María Rodríguez González. Profesor e
investigador histórico
No hay comentarios:
Publicar un comentario