Nació a principio
del siglo IV en Poitiers (Francia) en el año 315, de familia pagana que le
proporcionó una esmerada educación. Realizó sus estudios en su ciudad, Roma y
Grecia durante diez años. Al leer la Biblia se entusiasmó al encontrar allí la
idea de que no hay sino un solo Dios, eterno, inmutable, todopoderoso,
principio y fin de todas las cosas y no muchos dioses como creían la gente de
su entorno.
San Hilario de Poitiers |
El libro que
le convirtió fue el Evangelio de San Juan, pero él mismo cuenta en su
autobiografía que el libo que lo acompañó toda su vida y que le sirvió de
meditación cada día fue el Evangelio de San Mateo.
Debía de tener
alrededor de treinta y cinco años, estaba casado, tenía una hija llamada Abra.
San Hilario se hizo bautizar junto a su esposa e hija en el año 345, desde
entonces se dedicó con toda su alma a leer y estudiar la Sagrada Escritura y
dejó toda lectura simplemente mundana. Venancio Fortunato, que escribió su biografía,
cuenta de este hombre que era tan virtuoso y tan buen ejemplo que la gente
decía que más parecía un sacerdote que un hombre casado.
En el año 350,
murió el obispo de Poitiers y el pueblo aclamó a San Hilario como obispo. Su
esposa y su hija, se retiraron a vivir como fervorosas religiosas cuando él fue
nombrado Obispo.
Apenas terminadas
las persecuciones, se hubo de enfrentar con la herejía arriana, que negaba la
divinidad de Jesucristo. Hilario es uno de los grandes defensores del depósito
de la fe fue tan activo que supuso una molestia para el emperador Constantino
II, y fue desterrado a la Frigia, en el
otro extremo de Europa; pero también allí siguió su batalla, y su intervención
en el Concilio de Seleucia, del que se le quería excluir, pero que se dice que
rompió las cerraduras sólo con elevar la voz.
Pero también se
hace no menos incómodo en Oriente. Estando en el Concilio de los arrianos en Constantinopla,
habló tan maravillosamente bien, explicando la divinidad de Jesucristo, que los
herejes pidieron al Emperador que lo expulsara otra vez hacia occidente, porque
podía convencer a toda esa gente de que Jesucristo sí es Dios. El Gobernador
dio el decreto de que quedaba expulsado hacia Francia. La gente decía: “Hilario
fue expulsado hacia Oriente por hablar muy bien de Jesucristo en Occidente y
fue expulsado hacia Occidente por hablar muy bien de Jesucristo en Oriente”.
En el año 360
Hilario entraba otra vez triunfante en Poitiers, en medio del júbilo más
indescriptible. Su biógrafo dice que Francia se volcó a los caminos a recibirlo como un héroe
que volvía victorioso después de luchar sin descanso contra los que decían que
Jesucristo no era Dios.
Los últimos
años de su vida los empleó en defender la divinidad de Cristo y la verdadera religión
en Francia e Italia. Logró que a la muerte de Constantino, la Iglesia, que
estaba siendo tan perseguida, volviera a resurgir con admirable rapidez en los países
de Occidente.
En 1851, el
Papa Pío IX declaró a San Hilario “Doctor de la Iglesia”, por la defensa heroica
y llena de sabiduría que hizo de la divinidad de Jesucristo.
En sus últimos
momentos de vida, cuando estaba para morir, en el año 367, los que se hallaban
presentes pudieron ver como la habitación se llenaba de una extraordinaria luz
que rodeaba el lecho de Hilario, quedando deslumbrados pero apenas el Santo
entregó su espíritu, la luz desapareció misteriosamente.
Publicado en Cuenca, 13 de
enero de 2021 y el 13 de enero de 2024.
Por: José María
Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.
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