El amor de una madre permanece eternamente en el corazón de sus hijos.
El relato que voy a contaros está ambientado en la casa de mis abuelos maternos. Estaba en la calle Alfonso VIII, en el número 23. Un balcón de la estancia daba a la misma calle de Alfonso VIII y el otro balcón daba al barrio de San Martín, con vistas a la hoz y al Cerro del Socorro. Desde este mismo lugar es donde se ambienta las historias del último libro que he escrito: “Legado de embrujo y leyenda”. Un libro donde la historia de Cuenca se funde con los hechos de un niño avispado que siente la necesidad de saber cosas y que su abuelo le va enseñando con cariño y paciencia toda la historia acaecida de esta ciudad desde que fue hecha cristiana.
Este relato, de la muerte de mi madre, es una realidad ambientada desde dos puntos. El lugar donde vivió su infancia y adolescencia, su casa C/ Alfonso VIII, y el lugar de su muerte, la sala de urgencias del hospital Virgen de la Luz. Cada año que la vuelvo a reescribir, al leerla no puede reprimir las lágrimas, reviviendo los momentos de su tránsito de este mundo al Cielo.
Hoy es el noveno aniversario de su muerte, en la noche de Reyes nos dejó. Por muchos años que pasen siempre vivirá en mi corazón, sabiendo que el amor de una madre es infinito y porque a pesar de que haya pasado el tiempo siempre la seguiré queriendo en donde quiera que esté. Al termino del relato os ruego que recéis un padrenuestro por su alma.
Dice así:
Sentado al calor de la estufa, un abuelo contaba a su nieto un cuento, que él aprendió hace ya muchos años en este mismo hogar de oírselo contar a otro que entonces era su abuelo. Contando los últimos minutos del año y nevando, la lumbre se iba consumiendo poco a poco igual que la noche. Desde las ventanas del hogar se veía el suelo cubierto de nieve y el cielo incansable seguía enviando su aguinaldo de copos blancos.
Pasadas las fiestas navideñas el frío viento de enero se hacía notar entre las rendijas que dejaba la puerta del balcón que daba al barrio de San Martín, poniendo cerco a una casa humildemente vieja desde donde se divisaba a lo lejos, entre la blancura de la nieve, el Corazón de Jesús en lo más alto del cerro. Nada humano se apreciaba, parecía que todo se hubiera apartado del mundo, noche abandonada entre la blancura de la nieve como expiación a sus culpas y a modo de túnica nazarena, con cilio de hielo, se vistió la tierra en sus ansias de elevarse hasta Dios.
Aquella casa donde Esperanza se había criado se tornaba en la sala de urgencias del hospital “Virgen de la Luz”. Esa noche de Reyes, en una cama anónima yacía la hija, convertida en madre y abuela con los años. El hijo pensaba que el fin de ella se acercaba sin que él lo pudiera evitar; con cara sonriente preguntaba a su hijo:
-¿Vendrán los Reyes?
-Ya lo creo, pero intenta dormir que los Reyes no vendrán hasta que estés dormida como me decías cuando era pequeño.- Le contestó su hijo.
Así ella se iba olvidando de su dolor al hacer efecto el medicamento. Cerré los ojos y a mi mente vino la imagen de mi abuelo, su padre, al que le preguntaba:
-¿Y qué se sueña la noche de los Reyes? –Se sueña que por un camino empedrado de estrellas, tendido sobre el cielo azul, tres Reyes envueltos en un gran resplandor, sobre tres camellos muy blancos, avanzaban precedidos de una estrella que les guiaba hacia la ilusión creada en la mente de los niños. Las nubes se apartan para dejarles pasar y sobre ellos muchísimos ángeles cantaban unas canciones tan bellas que la madre convertida en niña sin dejar de dormir sonreía.
Los Reyes andaban despacio, pero por fin llegaron a las primeras casas de la ciudad de Cuenca, un ángel que en una mano llevaba una lista decía lo que en cada ventana había que dejar. Terminaron y ya se marchaban y la madre-niña pensaba:
-¿Se olvidarán de venir a mí? -No, no se olvidaban que ya habían cogido el camino que conducía hasta allí-.
Uno de los Reyes habló: -“has sufrido mucho y has seguido siendo buena, tu sitio no lo tienes en la Tierra ¿por qué no vienes con nosotros al cielo?”- Ella se sonreía, estaba contenta porque ya se veía marchar por aquel camino alumbrado por la luz del amor más Divino.
Como había de marchar quiso despertar para despedirse de los suyos, pero ya era tarde, el alba venía y el tiempo apremiaba; sobre una estrella le hicieron un lecho y partió con la caravana de Dios al alba de la noche más mágica del año.
Al acercarse sus hijos hicieron notar que en el rostro de su madre una sonrisa tenía. (Nació para morir el 12 de junio de 1922 y murió para vivir el 6 de enero de 2014)
Publicado en Cuenca, 5 de enero de 2021 y el 5 de enero de 2024.
José María Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.
Libro ambientado en el mismo lugar que el relato de la muerte de mi madre. |
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