El fundador de
los Mínimos nació en Paula, pequeña ciudad de Calabria, en el año 1416. Fruto
de bendiciones y de oraciones, le pusieron sus padres el nombre de Francisco,
por devoción al gran Patriarca de asís, a cuya intercesión lo atribuyeron.
San Francisco de Paula. |
La valiosa
protección de su Patrono se hizo sentir de nuevo en una enfermedad que
amenazaba hacerle perder un ojo. Los padres prometieron tenerlo un año en un
convento de la Orden si curaba. En cumplimiento del voto, el niño vivió de los
trece a los catorce años en el convento de san Marcos que había en Paula.
Luego se
retiró a una de las fincas de su padre, para ser un simple labrador, y vivió
allí en una cueva, como un solitario de la Tebaida, sin más vestido que un
cilicio y una soga.
Pronto se le
juntaron otros dos jóvenes imitadores de su santa locura. En 1435 se levantó una
capilla donde venía un sacerdote a celebrar y darles la sagrada Comunión. San
Francisco, por humildad y a ejemplo de su Santo Patrono, no quiso nunca ser
sacerdote.
El número de
discípulos fue aumentando y en 1454, D. Pirro, arzobispo de Cosenza, dio permiso
para levantar un monasterio e iglesia. En esta construcción pusieron sus manos
y dinero aun los más distinguidos señores y nobles damas, no faltando la intervención
divina con manifiestos milagros. Sixto IV aprobó la erección del monasterio por
bula del 23 de mayo de 1474 y nombró superior a Francisco.
El pueblo los
llamaba con el nombre de ermitaños de san Francisco, pero ellos prefirieron el
nombre evangélico de Mínimos, es decir, menos aún que frailes menores del
pobrecillo de Asís.
Las fundaciones
por el sur de Italia fueron creciendo hasta la isla de Sicilia. La fama de la
santidad y milagros del Santo pasaron las fronteras italianas y llegó a la
corte de Luis IX de Francia, que estaba enfermo en el castillo de Plessis,
cerca de Tours. El rey quiso que Francisco viniera a curarle. El Santo se resistió
hasta que el Papa le impuso precepto de obediencia.
A su paso por
Roma, a principios del año 1483, recibió toda clase de honores. Tres veces fue
admitido a la presencia del Papa, el cual se entretuvo con él de la manera más
amistosa hasta tres o cuatro horas, haciéndole tomar asiento junto a sí en una
hermosa silla. Sixto IV se complació con el Santo en tan alto grado, que
concedió todo género de gracias a la nueva Orden de los Mínimos.
Desde Roma se
dirigió a la corte de Francia, donde asistió a la muerte de Luis XI. “Señor,
dijo al rey, desde el primer momento, yo pediré a Dios por vuestra salud, pero
lo que más importa es la salud del alma”. “No hay remedio, decía al enfermo, ya
que amáis la vida; lo que importa es asegurar la posesión de la verdadera vida”.
El Santo se
quedó en Francia, desde donde dirigió la propagación de su Orden en aquel reino
y en España. Allí retocó sus Reglas, que fueron aprobadas por Alejandro VI y
confirmadas más tarde por Julio II. Murió el 2 de abril de 1508 y fue
canonizado por León X en el año 1519. Es uno de los Santos de quien se citan
más milagros por su fe y confianza en Dios.
Publicado en Cuenca, 2 de
marzo de 2020. Actualizado el 2 de marzo de 2024
Por: José María
Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.
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