Fue san Sabas, Godo de nacimiento, de aquella parte de la Gotia más vecina a la Scitia, donde
se hallaban muchos cristianos convertidos a la religión católica desde el
tiempo del gran Constantino y de sus hijos, antes que aquellas naciones
padeciesen la desgracia de precipitarse en el arrianismo.
Una carta
sobre su martirio escrita muy poco después de su muerte fecha con notable
exactitud los sucesos, que debieron de tener por escenario las tierras del
norte del Danubio, posiblemente Tirgoviste, en la actual Rumanía.
San Sabas el Godo. |
Sebas, al
parecer lector en la iglesia, no debía de ser considerado como una lumbrera, y es
significativo que de él se nos diga que “no era elocuente en las palabras”;
cantaba y decía los oficios del culto divino, pero su elocuencia para incitar a
todos a vivir bien residía mucho más en el ejemplo que en la voz.
El año 370
comenzó la persecución, que con tanta violencia y crueldad excitó contra la
Iglesia Atanarico, rey de los Godos. En el curso de una persecución fue
prendido y soltado al poco tiempo por juzgársele persona insignificante; no
valía la pena ensañarse con un infeliz como él, quizá de cortas luces o de muy
escasa instrucción, en cualquier caso un donnadie en la comunidad cristiana de
aquella turbulenta Gotlandia.
Prendido por
segunda vez, “le llevaron casi desnudo arrastrándolo por piedras, por espinos y
por zarzas; y no contentos con esto, le fueron golpeando cruelmente con varas y
con palos por todo el camino”, y al ver que su actitud era de mansedumbre y de
alegría, una fe tan elocuente exasperó a sus verdugos, que le torturaron hasta
dejarle por muerto. Una piadosa mujer le desató en la noche y se lo llevó a su
casa, pero volvió a caer en manos de sus perseguidores.
Entonces se le
exigió que comiese manjares sacrificados a los ídolos, dando así un testimonio
público de apostasía. Es improbable, como sugiere algún hagiógrafo, que en esta
ocasión se le desatara la lengua, no era hombre de grandes discursos. Tal vez
sólo dijo o hizo un gesto negativo con la cabeza, aceptando el martirio. Se le
ató a un tronco y murió ahogado en el río Buzau, un jueves 12 de abril de 372.
Julio Sorano, general de las armas romanas en aquella frontera, hombre piadoso,
pudo fácilmente conseguir de los Godos su cuerpo, que envió prontamente a su
país Capadocia; a cuya iglesia llegaron casi al mismo tiempo que los santas
reliquias, las actas de su martirio escritas por la Iglesia Goda.
Publicado en Cuenca, 12 de
abril de 2020 y el 12 de abril de 2024.
Por: José María
Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.
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-Año
Cristiano para todos los días del año. P. Juan Croisset. Logroño. 1851.
-La
casa de los santos. Carlos Pujol. Madrid. 1989.
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