La devoción a este Santo en toda
la Edad Media fue extraordinaria en el norte de Italia y en la ciudad de Roma. Se hizo discípulo del
Señor y compañero de San Pedro en su viaje a Italia. De él recibió la consagración
episcopal y la sede de Rávena. Las maravillas que obra se multiplican, como
corresponde a uno que ha visto y tratado con el Señor. Apenas llega a Rávena
devuelve la vista a un joven ciego. Luego es la mujer de un tribuno la
agraciada en una enfermedad larga y desesperada. Un patricio de la pequeña
aldea de Classe, suburbio de Rávena, había perdido el habla y es repentinamente
curado y librado también del demonio.
Las maravillas fueron seguidas de
innumerables conversiones. Todo el conjunto exasperó a los gentiles y pronto se
enteró Nerón. Un delegado suyo en >Rávena mandó prender al Santo obispo. Le
exhortó a que ofreciera incienso a los ídolos; como se negara, lo mandó azotar
cruelmente. Después, sobre las heridas, hizo echar agua hirviendo, golpear con
piedra la boca y los dientes y que lo abandonasen en la cárcel para que muriera
de hambre. Un ángel del Señor lo confortó y le diño de comer delante de sus
propios centinelas.
Cuando Mesalino, el pretor de
Rávena, vió que no podía acabar con la vida del invicto mártir, mandó preparar
un nave y la envió a Gracia. La nave se partió en dos mitades al golpe de una
furiosa tempestad. Murieron todos menos San Apolinar, tres eclesiásticos que lo
acompañaban y tres soldados que le pidieron el bautismo.
Arribaron a la provincia de Misia,
donde predicaron el Evangelio con poco fruto. Los milagros seguían por todas
partes al Santo. Uno de los principales del país curó de su lepra. Las riberas
del Danubio y Grecia oyeron su voz y vieron también sus maravillas, hasta que
fue nuevamente azotado y embardo para Italia por los servidores de los ídolos.
Entró solemnemente en su diócesis
de Rávena y continuó predicando y obrando milagros hasta que un día, durante la
Misa fue sorprendido por los paganos y cruelmente arrastrado. Quisieron
obligarle a incensar una estatua de Apolo, que cayó al suelo y se hizo polvo en
solo levantar el Santo sus manos y sus ojos al cielo. Esto le valió el ser
llevado al juez de la ciudad para que lo sentenciase a muerte. Tauro, que así
se llamaba el juez, le ofreció ponerlo en libertad su curaba a un hijo ciego que tenía. El Santo
lo curó inmediatamente en nombre de Jesucristo.
Tauro agradecido, lo puso en
libertad y le ofreció una finca suya, a poca distancia de la ciudad, para que viviera
en ella oculto y continuara su labor apostólica. Así siguió el Santo por cuatro
años.
Los paganos lo acusaron ante
Vespasiano, quien con este motivo publicó un decreto mandando desterrar a todos
los que halasen contra los templos y los ídolos paganos. Siguió la persecución
contra Apolinar hasta que un día, al salir de la ciudad, fue atacado por los
gentiles, que le golpearon y dejaron en el suelo como muerto. Fue recogido por
los cristianos y con sus atenciones pudo vivir aún siete días. Murió el 23 de julio
del año 79. Según la frase de San Pedro Damiano, murió como hostia viva de
Cristo sufriendo un martirio de veintinueve años seguidos. Esto es lo que nos
cuentan los documentos más antiguos.
El primer obispo de Rávena fue
San Apolinar. Fue enterrado en Classe, cerca de Rávena. En torno al sepulcro
del Santo se formó en seguida un cementerio cristiano y un pequeño oratorio. Un
banquero llamado Juliano, levantó más tarde una espléndida basílica que fue
consagrada en el año 549.
Cuenca, 23 de julio de 2019 y el 23 de julio de 2024.
José María Rodríguez González.
Profesor e investigador histórico.
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