viernes, 17 de julio de 2020

San Alejo (Siglo IV)

Hay santos con cuya vida la tradición teje estupendos relatos para envidia de los escritores, y éste es el caso de san Alejo, cuya historia es como una novela bizantina, con sorpresas, viajes, naufragios, sucesos extremados, estatuas parlantes y una anagnórisis, el reconocimiento final, que no puede ser más novelesco. Y así desde la Edad Media la literatura se ha ocupado complacidamente de este formidable personaje.
San Alejo nació en Roma hacia el año 350 y fue hijo del senador Eufeniano y de la matrona Aglais, una de las familias más ricas de la capital. Desde su juventud se inclinaba a la vida de soledad y penitencia, más por condescendencia con sus padres se casó con una joven de la aristocracia romana. La tradición nos dice que la misma noche de bodas huyó sigilosamente de la casa paterna y se marchó hacia Oriente.
Al fin se estableció en Edesa de Mesopotamia. Allí vivía mendigando de puerta en puerta. Hasta se refiere que en una de sus salidas de mendigo topó con los criados de su padre, que, buscándole, le socorrieron sin conocerlo, porque la vida de penitente y mendiguez le había desfigurado.
La fama de su santidad corrió pronto por toda la comarca y, temerosa de ser conocido, huyó a Edesa, dejó el Oriente y se vino a Roma. Enteramente disfrazado se presentó en casa de su padre y le pidió albergue y comida. “Tened piedad de este pobre de Jesucristo y permitidme que me albergue en un rincón de vuestro palacio”.
Y la leyenda nos pinta al Santo debajo de una escalera, recogido en oración, maltratado por los propios criados y durmiendo en el suelo.
Todas son coincidencias estudiadas en la vida de este Santo. Su muerte ocurre precisamente cuando su padre Eufeniano está oyendo la Misa del papa Inocencio I. Una voz le dijo: “Acaba de expirar el siervo de Dios, es grande su poder, murió en casa de Eufeniano”. Alejo había muerto, efectivamente; los padres lo reconocieron por un pergamino que tenía en la mano. Era su hijo.
El cardenal Schuster dice que el culto de san Alejo vino a Roma desde Oriente, donde se llama “el hombre de Dios”. La estancia de san Alejo en Roma es una adaptación local de la leyenda siria, traída a Roma por el metropolitano Sergio de Damasco.
“El hombre de Dios”, según la primitiva narración siriaca, que no dista más de medio siglo de los sucesos, vivió en Edesa en tiempo del obispo Rabula (412-435). Su santidad se conoció después de su muerte y muy pronto se propagó el culto por todo el mundo griego, que le dio el nombre de Alexis, no sabemos por qué. Su gloria fue cantada en el siglo IX por José el Hinnógrafo, y en Roma encontró un gran panegirista en el obispo de Praga, san Adalberto. La historia siria sobre “el hombre de Dios” es la base de la leyenda occidental de san Alejo.
El milagro de su vida oculta, penitente y peregrina, abrazada espontáneamente por amor a Dios, no es un caso raro en la Iglesia. En el siglo XIX tenemos la vida de san Benito José Labre, que reprodujo en Roma la misma vida heroica que describe la leyenda de san Juan Calibita y san Alejo.
Cuenca, 17 de julio de 2020
José María Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.
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FUENTES CONSULTADAS:
-Año Cristiano para todos los días del año. P. Juan Croisset. Logroño. 1851.
-La casa de los santos. Carlos Pujol. Madrid. 1989.
-Año Cristiano. Juan Leal, S.J. Madrid. 1961.


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