Hay santos con
cuya vida la tradición teje estupendos relatos para envidia de los escritores,
y éste es el caso de san Alejo, cuya historia es como una novela bizantina, con
sorpresas, viajes, naufragios, sucesos extremados, estatuas parlantes y una
anagnórisis, el reconocimiento final, que no puede ser más novelesco. Y así desde
la Edad Media la literatura se ha ocupado complacidamente de este formidable
personaje.
San Alejo
nació en Roma hacia el año 350 y fue hijo del senador Eufeniano y de la matrona
Aglais, una de las familias más ricas de la capital. Desde su juventud se
inclinaba a la vida de soledad y penitencia, más por condescendencia con sus
padres se casó con una joven de la aristocracia romana. La tradición nos dice
que la misma noche de bodas huyó sigilosamente de la casa paterna y se marchó
hacia Oriente.
Al fin se
estableció en Edesa de Mesopotamia. Allí vivía mendigando de puerta en puerta.
Hasta se refiere que en una de sus salidas de mendigo topó con los criados de
su padre, que, buscándole, le socorrieron sin conocerlo, porque la vida de
penitente y mendiguez le había desfigurado.
La fama de su
santidad corrió pronto por toda la comarca y, temerosa de ser conocido, huyó a
Edesa, dejó el Oriente y se vino a Roma. Enteramente disfrazado se presentó en
casa de su padre y le pidió albergue y comida. “Tened piedad de este pobre de
Jesucristo y permitidme que me albergue en un rincón de vuestro palacio”.
Y la leyenda
nos pinta al Santo debajo de una escalera, recogido en oración, maltratado por
los propios criados y durmiendo en el suelo.
Todas son
coincidencias estudiadas en la vida de este Santo. Su muerte ocurre precisamente
cuando su padre Eufeniano está oyendo la Misa del papa Inocencio I. Una voz le
dijo: “Acaba de expirar el siervo de Dios,
es grande su poder, murió en casa de Eufeniano”. Alejo había muerto,
efectivamente; los padres lo reconocieron por un pergamino que tenía en la mano.
Era su hijo.
El cardenal
Schuster dice que el culto de san Alejo vino a Roma desde Oriente, donde se
llama “el hombre de Dios”. La estancia de san Alejo en Roma es una adaptación
local de la leyenda siria, traída a Roma por el metropolitano Sergio de
Damasco.
“El hombre de
Dios”, según la primitiva narración siriaca, que no dista más de medio siglo de
los sucesos, vivió en Edesa en tiempo del obispo Rabula (412-435). Su santidad
se conoció después de su muerte y muy pronto se propagó el culto por todo el
mundo griego, que le dio el nombre de Alexis, no sabemos por qué. Su gloria fue
cantada en el siglo IX por José el Hinnógrafo, y en Roma encontró un gran
panegirista en el obispo de Praga, san Adalberto. La historia siria sobre “el
hombre de Dios” es la base de la leyenda occidental de san Alejo.
El milagro de
su vida oculta, penitente y peregrina, abrazada espontáneamente por amor a
Dios, no es un caso raro en la Iglesia. En el siglo XIX tenemos la vida de san
Benito José Labre, que reprodujo en Roma la misma vida heroica que describe la
leyenda de san Juan Calibita y san Alejo.
Cuenca, 17 de
julio de 2020
José María
Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.
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FUENTES
CONSULTADAS:
-Año
Cristiano para todos los días del año. P. Juan Croisset. Logroño. 1851.
-La
casa de los santos. Carlos Pujol. Madrid. 1989.
-Año Cristiano. Juan Leal, S.J.
Madrid. 1961.
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