El nombre de Anastasia nos suena
a ópera, a la historia fantástica de la princesa rusa. Anastasia Nikoláyevna la
hija más joven del emperador Nicolás II, el último zar de la Rusia Imperial y
de su esposa Alejandra Flódorovna. Fue asesinada junto al resto de su familia
el 17 de julio de 1918 por fuerzas bolchevique. La leyenda de que Anastasia
había sobrevivido a la Revolución Rusa estuvo vigente durante todo el siglo XX.
Su muerte como creyentes llevo a la Iglesia Ortodoxa Rusa en el Exterior en
1981, a canonizar a los Románov como mártires junto a otras víctimas de la
opresión de la Unión Soviética, lo que provocó controversias en muchas iglesias,
en cambio la Iglesia Ortodoxa dentro de Rusia lo rechazan porque no fueron
asesinados por su fe religiosa. Los defensores de la canonización legaron casos
de zares y zarevichs previos a ellos que fueron canonizados como el zarévich Dimitri,
asesinado a finales del siglo XVI, que sentó precedente para la canonización de
Anastasia y su familia. Se destacó la piedad de Anastasia y de cómo su madre y
su hermana Olga rezaron y trataron de hacer el signo de la cruz antes de caer
muertas. Los cuerpos del zar Nicolás II, la zarina Alejandra y tres de sus
hijas fueron finalmente enterrados en la catedral de San Pedro y San Pablo en
San Petersburgo el 17 de julio de 1998, ochenta años después de su muerte.
Pero Santa Anastasia que
celebramos hoy la festividad de su martirio, ocurrieron los hechos mucho antes
que este caso, ocurrió en los albores del cristianismo, sobre el año 349 en
Roma. Paso a contaros la historia:
Era Santa Anastasia, natural de
Roma, hija de padres cristianos, de familia muy distinguida por su nobleza y
piedad. La educaron sus padres en los principios de la religión cristiana, y
manifestó la niña tanta inclinación a la virtud que ella misma prevenía muchas
veces las piadosas lecciones que le daban.
Aunque era una de las más
hermosas y discretas damas de Roma, no mostraba interés por las vanidades del
mundo, y decía que nunca admitiría otro esposo que Jesucristo. Pasó su primara
juventud en la casa de sus padres, con solo el cuidado de agradar a Dios,
empleada todo el día en la oración, abrasada del fuego divino amor, y en
ejercicios de fervorosa virtud. Estaba reñida con la oscuridad y toda la labor
que hacía la destinaba para los pobres o al adorno de sus altares.
Muertos sus padres se retiró a
una congregación de doncellas consagradas a Dios, que vivían en comunión en una
especie de monasterio. En breve tiempo fue nuestra santa el más perfecto modelo
de la vida religiosa.
El demonio, formidable enemigo de
las castas esposas de Jesucristo, puso en movimiento todas sus máquinas para que
su corazón se viera inclinado violentas pasiones, que no conocía la pura doncella,
pero estos ataques de nada le sirvieron, porque la disponía Dios para estos
combates interiores para las más ilustres victorias.
Habiendo publicado los edictos
del emperador Valeriano contra los cristianos, corrían por todas partes los
ministros idólatras para arrastrarlos al suplicio. Como era Anastasia de una
virtud tan notoria, acudió una tropa de gente perdida, mandada por un oficial,
para sacarla de su retiro por orden del prefecto de Roma, llamado Probo,
enemigo cruel de los cristianos.
Entraron en la casa aquellas
furias del infierno y arrebatando a la casta doncella la condujeron al palacio
de Probo. Quedó este prendado de su singular hermosura, atención y respeto.
Preguntándole luego por su nombre: “Me llamo Anastasia, respondió la santa, y
tengo la dicha de ser cristiana”. “Peor para tí, replicó el juez; esa profesión
te perjudica, y desluce las prendas que brillan en tu persona. Tu modestia me
ha encantado, y mucho más tu hermosura. De mi cuenta corre tu fortuna, ven
conmigo al templo de Júpiter para ofrecerle sacrificio. Mira que si no
obedeces, bien puedes hacer ánimo a sufrir los más crueles tormentos”. “Ya le
tengo hecho, respondió la santa, y estoy resuelta a padecer los más horrorosos
tormentos por la gloria de Dios a quien adoro”. Confundió a todos una respuesta
tan animosa. Irritado el Prefecto mandó que la abofetearan, la cargaron de
cadenas y la encerraron en la cárcel y la torturaran.
Como vieron los verdugos que ni
el fuego, ni el tormento alteraba su constancia, le arrancaron los pechos, después
las uñas y le destrozaron los dientes a golpes de martillo, le arrancaron la
lengua y la desmembraron, por último le cortaron la cabeza. Alcanzando la palma
del martirio un 27 de octubre del año 249.
Publicado en Cuenca, 27 de octubre de 2018 y el 27 de octubre de 2024.
José María Rodríguez González.
Investigador histórico.
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