domingo, 14 de octubre de 2018

Santa Teresa, doctora mística, maravilla de su siglo.

Festividad de Santa Teresa de Jesús

Siempre ha tenido mi familia cierta devoción hacia Santa Teresa, de hecho, mi tía Angustias guardaba y veneraba una imagen de la Santa en su casa que donamos a la muerte de mi madre a la Catedral. De Santa Teresa conocemos sus obras, pero poco se ha dicho de su vida adolescente hasta llegar a centrar su vida para Dios. Hoy quiero hablar de esa parte de su vida.


Santa Teresa nació en Ávila, el día 2 de marzo de 1515, siendo la tercera de diez hermanos, que tuvo Alfonso Sánchez con su segunda esposa, Beatriz de Ahumada, hijodalgo a Fuero de España.
Aunque dieron a sus hijos buena educación, pusieron especial cuidado en la educación de esta niña por su talento, viveza y capacidad que manifestaba, muy superior a su edad. Notable en ella era una natural inclinación  a la virtud y una devoción tierna a María Santísima. Alfonso, su padre, les gustaba leerles libros espirituales, y hacia que todos los días se leyese a la familia la vida de algún santo. La niña Teresa hallaba en esto un gran gusto y no contenta con lo que había oído leer, leía muchas veces con su hermano Rodrigo las historias y vidas de los santos, sobre todo las de aquellos doncellitas delicadas que habían derramado su sangre por Jesucristo.

Estas lecturas hicieron mella en Teresa que un día decidió escaparse, secretamente con su hermano Rodrigo, de la casa de sus padres para ir a padecer martirio en tierra de moros. Teresa sólo tenía seis años y Rodrigo diez. Ya estaban en camino cuando los encontró un tío suyo que los volvió a traer a su casa. 
Estaba Teresa tan preocupada por la Eternidad que repetía muchas veces estas palabras: “Para siempre y sin fin”. Viendo los niños que no podían ser mártires, determinaron hacerse ermitaños y fabricaron a este fin dos celditas con ramas de árboles, a donde muchas veces al día se retiraba Teresa para hacer oración delante de una estampa de la Samaritana, rezaba todos los días muchos Rosarios y adornaba su imagen con algunas flores.
Perdió a su madre a la edad de doce años y comenzó a leer libros de novelas, en los que aprendió la inclinación a las galas, a brillar y a desear ser amada. A los catorce años tuvo comunicación con un pariente suyo algo ligero de pensamientos y puso en peligro su inocencia, pero presto se acabo todo aquel espíritu de fervor y devoción y notándolo su padre, puso remedio enviándola de seglar a un convento de agustinas. Una vez en el convento sintió en su corazón un vivo dolor por todas sus vanidades, cuya mutación atribuyó a la especial protección de María, a cuyos pies se postró tras la muerte de su madre. Estuvo dudosa, como cualquier chica de su tiempo, en la elección de estado, cuando le sobrevino una grave enfermedad, por lo que su padre la sacó del convento para que fuera a curarse en su casa.

Tras estar un poco recobrada de la enfermedad, fue enviada a una aldea donde vivía una tía suya, para que acabara su convalecencia. Visitó en el camino a un tío suyo que hacía vida solitaria y con sus consejos y la lección de libros espirituales, reconoció el peligro en que había estado de perderse eternamente.
Le costó muchos ruegos y lágrimas alcanzar el consentimiento de su padre para meterse a monja, pero al final el 2 de noviembre de 1535 entró en el convento de las carmelitas de Ávila, a los veinte años de edad.

Su salud siempre fue delicada pero eso no fue suficiente para parar su vocación. Todas las enfermedades que le sobrevinieron las sufrió con heroica paciencia. Durante estos periodos de enfermedad cayó en sus manos un breve del Papa Pío IV para fundar la reforma y entró en su nuevo convento, dedicado a San José y con ella cuatro doncellas que ella había escogido para que fuesen los cuatro pilares de aquel espiritual edificio. Fue el 24 de agosto de 1562 cuando se celebró esta fundación, en cuyo día el mismo Obispo de Ávila bendijo la Iglesia. Este fue el nacimiento de aquella célebre reforma que es una de las joyas de la Iglesia Católica. Tras esta fundación le siguieron  muchas otras.
No hubo santa más ilustre en los caminos de Dios, ni que poseyese la ciencia de los santos en más alto grado de perfección. El Señor la correspondía con unas visiones celestiales que llegaron a ser comunes en ella. Oyó un día una voz que le decía: “Hija mía, yo te di mi Hijo, y al Espíritu Santo por Esposo, a mi querida hija la Virgen por Madre tuya: ¿Qué podrás tú darme por tan gran favor?". Otro día junto a ella vio a un serafín, que con un dardo de fuego le traspasaba el corazón, y quedó después fuera de sí por muchas horas. Oprimida un día de tristeza, combatida de temores sobre el camino por donde Dios la conducía, y anegada en lágrimas, se arrojó a los pies de un Crucifijo y oyó una vos interior que le decía: "No temas hija; yo soy; no te abandonaré". Y luego se desvanecieron todas sus dudas y temores.

El día de San Mateo del año 1582 entró en Alba enferma de nuevo, eso no le privaba de la comunión diaria. El día de San Miguel le sobrevino un flujo de sangre viéndose obligada a guardar reposo, pasando toda la noche en oración. El primer día de octubre se confesó con el padre fray Antonio de Jesús y viendo en el estado que se encontraba le preguntó que en caso de que muriera si quería que su cuerpo reposara en el convento de San José de Ávila que ella fundó, a la que contesto: “¿Tengo yo acaso en este mundo cosa alguna propia? ¿Y no me darán aquí un poco de tierra para enterrarme?
Después de haber recibido la Extrema-Unción, repitió muchas “yo soy hija de la Iglesia” y fijando sus ojos en el Crucifijo que tenía en las manos, entregó su alma dulcemente en las de Dios el día 4 de octubre de 1582, a los 67 años de edad.

En el momento que espiró se llenó su celda de una exquisita fragancia, que se difundió por todo el convento, se le quitaron todas las arrugas de la vejez y quedó su cara fresca y encarnada. Al día siguiente fue enterrada con gran solemnidad entre las dos rejas del coro.
En 1614 fue beatificada por el Papa Paulo V y solemnemente canonizada en el año 1622 por el Papa Gregorio XV.

Cuenca, 15 de octubre de 2018.

José María Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.

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