Festividad de Santa Teresa de Jesús
Siempre ha tenido mi familia
cierta devoción hacia Santa Teresa, de hecho, mi tía Angustias guardaba y
veneraba una imagen de la Santa en su casa que donamos a la muerte de mi madre
a la Catedral. De Santa Teresa conocemos sus obras, pero poco se ha dicho de su
vida adolescente hasta llegar a centrar su vida para Dios. Hoy quiero hablar de
esa parte de su vida.
Santa Teresa nació en Ávila, el
día 2 de marzo de 1515, siendo la tercera de diez hermanos, que tuvo Alfonso
Sánchez con su segunda esposa, Beatriz de Ahumada, hijodalgo a Fuero de España.
Aunque dieron a sus hijos buena
educación, pusieron especial cuidado en la educación de esta niña por su
talento, viveza y capacidad que manifestaba, muy superior a su edad. Notable en
ella era una natural inclinación a la
virtud y una devoción tierna a María Santísima. Alfonso, su padre, les gustaba leerles libros espirituales, y hacia que todos los días se leyese a la familia la
vida de algún santo. La niña Teresa hallaba en esto un gran gusto y no contenta
con lo que había oído leer, leía muchas veces con su hermano Rodrigo las
historias y vidas de los santos, sobre todo las de aquellos doncellitas
delicadas que habían derramado su sangre por Jesucristo.
Estas lecturas hicieron mella en
Teresa que un día decidió escaparse, secretamente con su hermano Rodrigo, de la
casa de sus padres para ir a padecer martirio en tierra de moros. Teresa sólo
tenía seis años y Rodrigo diez. Ya estaban en camino cuando los encontró un tío
suyo que los volvió a traer a su casa.
Estaba Teresa tan preocupada por la Eternidad que repetía muchas veces estas palabras: “Para siempre y sin fin”. Viendo los niños que no podían ser mártires, determinaron hacerse ermitaños y fabricaron a este fin dos celditas con ramas de árboles, a donde muchas veces al día se retiraba Teresa para hacer oración delante de una estampa de la Samaritana, rezaba todos los días muchos Rosarios y adornaba su imagen con algunas flores.
Estaba Teresa tan preocupada por la Eternidad que repetía muchas veces estas palabras: “Para siempre y sin fin”. Viendo los niños que no podían ser mártires, determinaron hacerse ermitaños y fabricaron a este fin dos celditas con ramas de árboles, a donde muchas veces al día se retiraba Teresa para hacer oración delante de una estampa de la Samaritana, rezaba todos los días muchos Rosarios y adornaba su imagen con algunas flores.
Perdió a su madre a la edad de
doce años y comenzó a leer libros de novelas, en los que aprendió la
inclinación a las galas, a brillar y a desear ser amada. A los catorce años
tuvo comunicación con un pariente suyo algo ligero de pensamientos y puso en peligro su
inocencia, pero presto se acabo todo aquel espíritu de fervor y devoción y
notándolo su padre, puso remedio enviándola de seglar a un convento de
agustinas. Una vez en el convento sintió en su corazón un vivo dolor por todas
sus vanidades, cuya mutación atribuyó a la especial protección de María, a cuyos
pies se postró tras la muerte de su madre. Estuvo dudosa, como cualquier chica
de su tiempo, en la elección de estado, cuando le sobrevino una grave
enfermedad, por lo que su padre la sacó del convento para que fuera a curarse en su casa.
Tras estar un poco recobrada de
la enfermedad, fue enviada a una aldea donde vivía una tía suya, para que acabara su convalecencia. Visitó en el camino a un tío suyo que
hacía vida solitaria y con sus consejos y la lección de libros espirituales,
reconoció el peligro en que había estado de perderse eternamente.
Le costó muchos ruegos y lágrimas
alcanzar el consentimiento de su padre para meterse a monja, pero al final el 2 de noviembre de 1535
entró en el convento de las carmelitas de Ávila, a los veinte años de edad.
Su salud siempre fue delicada
pero eso no fue suficiente para parar su vocación. Todas las enfermedades que
le sobrevinieron las sufrió con heroica paciencia. Durante estos periodos de
enfermedad cayó en sus manos un breve del Papa Pío IV para fundar la reforma y
entró en su nuevo convento, dedicado a San José y con ella cuatro doncellas que
ella había escogido para que fuesen los cuatro pilares de aquel espiritual
edificio. Fue el 24 de agosto de 1562 cuando se celebró esta fundación, en cuyo
día el mismo Obispo de Ávila bendijo la Iglesia. Este fue el nacimiento de
aquella célebre reforma que es una de las joyas de la Iglesia Católica. Tras
esta fundación le siguieron muchas otras.
No hubo santa más ilustre en los
caminos de Dios, ni que poseyese la ciencia de los santos en más alto grado de
perfección. El Señor la correspondía con unas visiones celestiales que llegaron
a ser comunes en ella. Oyó un día una voz que le decía: “Hija mía, yo te di mi
Hijo, y al Espíritu Santo por Esposo, a mi querida hija la Virgen por Madre
tuya: ¿Qué podrás tú darme por tan gran favor?". Otro día junto a ella vio a un
serafín, que con un dardo de fuego le traspasaba el corazón, y quedó después
fuera de sí por muchas horas. Oprimida un día de tristeza, combatida de temores sobre el camino por donde Dios la conducía, y anegada en lágrimas, se arrojó a los pies de un Crucifijo y oyó una vos interior que le decía: "No temas hija; yo soy; no te abandonaré". Y luego se desvanecieron todas sus dudas y temores.
El día de San Mateo del año 1582
entró en Alba enferma de nuevo, eso no le privaba de la comunión diaria. El día
de San Miguel le sobrevino un flujo de sangre viéndose obligada a guardar
reposo, pasando toda la noche en oración. El primer día de octubre se confesó
con el padre fray Antonio de Jesús y viendo en el estado que se encontraba le
preguntó que en caso de que muriera si quería que su cuerpo reposara en el
convento de San José de Ávila que ella fundó, a la que contesto: “¿Tengo
yo acaso en este mundo cosa alguna propia? ¿Y no me darán aquí un poco de
tierra para enterrarme?
Después de haber recibido la Extrema-Unción,
repitió muchas “yo soy hija de la Iglesia” y fijando sus ojos en el Crucifijo
que tenía en las manos, entregó su alma dulcemente en las de Dios el día 4 de
octubre de 1582, a los 67 años de edad.
En el momento que espiró se llenó
su celda de una exquisita fragancia, que se difundió por todo el convento, se
le quitaron todas las arrugas de la vejez y quedó su cara fresca y encarnada.
Al día siguiente fue enterrada con gran solemnidad entre las dos rejas del
coro.
En 1614 fue beatificada por el
Papa Paulo V y solemnemente canonizada en el año 1622 por el Papa Gregorio XV.
Cuenca, 15 de octubre de 2018.
José María Rodríguez González.
Profesor e investigador histórico.
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