martes, 29 de octubre de 2024

San Alonso Rodríguez (1531-1617). Festividad del 30 de octubre.

     En medio de una tan larga lista de jesuitas ilustres, éste es el jesuita insignificante por antonomasia, un don-nadie, un Rodríguez cualquiera que sin dejar de serlo se elevó a las alturas de la mística.

Alonso Rodríguez nació en Segovia el 25 de julio de 1531 y fue, entre once hermano, el hijo de Diego Rodríguez y María Gómez de Alvarado. Su madre le infundió desde pequeño una gran devoción a la Virgen. Absorto ante una imagen de María, se lo oyó exclamar un día: “¡Oh Señora, si supieseis cuánto os quiero! En verdad que no podéis Vos amarme más a mí”. “Te engañas, hijo, oyó que le contestaba Ella suavemente; mucho más te quiero yo a ti, que tú a mí”.

El primer contacto con los padres de la Compañía de Jesús lo tuvo Alonso a los diez años, en una Misión que dieron en Segovia. Su padre los hospedó en una casa de campo y encargó al niño que los atendiese. El no se separó un momento de los misioneros, que le enseñaron la Doctrina cristiana y el modo de rezar el Santo Rosario.

Instado por su madre, se casó en el año 1557 con María Suárez y Dios le bendijo muy pronto con un niño y una niña. Su mujer, tal vez le reprochase su falta de espíritu comercial, así no vamos a llegar a ninguna parte, y en efecto Alonso no llegó a ser nada; peor aún, enviudó, murieron sus hijos, y entonces renunció a los paños y quiso entrar en religión.

Pero los jesuitas de Valencia estaban dudosos, tenían pocas letras y no mucha capacidad para los estudios, escasa salud y estaba al borde de la cuarentena. Por fin, como simple hermano coadjutor fue enviado al colegio de Montesión en Palma de Mallorca. Nada más allí permaneció cuarenta y seis años haciendo de portero (sus atributos son una llave y un rosario al cinto)

La llave para cumplir alegremente con su modesta obligación (“obediencia a lo asno” decían que era la suya), pensando que cada vez que sonaba la campanilla quien llamaba era Cristo, el rosario para rezar y meditar, convirtiéndose desde aquel puesto tan oscuro y humilde en un gran místico que hoy asombra a los estudiosos.

En los primeros meses de 1617 enfermó y no pudo abandonar el lecho desde ese momento hasta el día de su muerte. El 30 de octubre abrió los ojos, miró al Santo Crucifijo y se durmió con la palabra de Jesús en los labios.

Publicado en Cuenca, 30 de octubre de 2020 y el 30 de octubre de 2024.

    Por  José María Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.

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FUENTES CONSULTADAS:

-Año Cristiano para todos los días del año. P. Croiset. Madrid. 1846.

-La casa de los santos. Carlos Pujol. Madrid. 1989.

-Año Cristiano. Juan Leal, S.J. Madrid. 1961.

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