“Dios te enviará a sus ángeles para que te guarde en todos tus caminos” (Sal. 91, 11)
El 2 de
octubre celebramos una fiesta muy especial. Esta fiesta nos trae a la memoria
una de las verdades más consoladoras para el alma cristiana, que peregrina por
el desierto de la vida.
Esta fiesta es
celebrada desde hace muchos siglos por la Iglesia de Toledo, y después se extendió
esta devoción a los reinos de Francia, Alemania y Países Bajos. La institución
de esta fiesta es tan antigua como la Iglesia misma. Cuando Jesucristo enseñó a
los fieles que cada uno tenía un ángel destinado a su custodia personal.
La teología
católica, apoyada en las enseñanzas de la Sagrada Escritura y de los Santos
Padres de la Iglesia, nos enseña que entre Dios y los hombres existen los espíritus
puros, que llamamos ángeles, del papel especial que Dios les ha confiado como
mensajeros o enviados suyos a los hombres.
Como criaturas
espirituales, los ángeles tienen un poderoso entendimiento, superior al humano,
una voluntad libre y un poder y fuerza muy superior al nuestro, por mucho que
nos gloriemos de los progresos de la ciencia. Como espíritus puros, son
inmortales, invisibles y carecen de partes y sentidos corporales.
En el sínodo de
Nicea se habla de los seres invisibles, en oposición a los visibles. El IV
Concilio de Letrán (1215), al hablar de las criaturas salidas directamente de
la mano de Dios, distingue espíritus y cuerpos, ángeles y materia corporal o
terrestre.
Los ángeles se
dividen en buenos y malos, no por su naturaleza, que salió buena y perfecta de
mas manos del Creador, sino por razón del uso bueno o malo que hicieron de su libertad
en el tiempo de la prueba. Un gran número de ellos, capitaneados por Lucifer,
arrastrados por su soberbia espiritual que los llevó hasta desear ser como Dios
y a negarle el honor debido, cayó del cielo y fue a parar al abismo del fuego.
Son los demonios. Frente a ellos se levantó el bando de los buenos, con San
Miguel a la cabeza, al grito “¿Quién como Dios?” son los que llamamos
simplemente ángeles, los cuales, en mérito a su buen comportamiento de
criaturas sometidas al Creador, entraron en el alcázar de Dios para gozarle y
servirle por siempre.
La vida del
cristiano, según san Pablo, es una lucha constante contra enemigos invisibles,
superiores a todo poder de la carne y de la sangre. Es una lucha constante
entre dos fuerzas opuestas que nos disputan nuestra voluntad y amor. Satanás que
nos empuja hacia el mal y el Ángel de la Guarda que nos invita hacia el bien.
La primitiva
fiesta de los Santos Ángeles fue el 29 de septiembre. El Oficio y la Misa de
San Miguel se compusieron para honor en él a todos los celestiales guardianes
de nuestra alma. En el 1608 decretó el Papa Paulo V que la fiesta de los
Ángeles Custodios se separase de la de San Miguel y se celebrase el primer día,
después del 29 de septiembre. Clemente X estableció definitivamente la
festividad al día 2 de octubre. En España por tradición inmemorial se celebra
el 1 de marzo la fiesta del Santo Ángel de la Guarda. La primera Iglesia de que
se tiene noticias que la celebrara fue la de Toledo, como he dicho
anteriormente.
San Bernardo
resume en tres palabras nuestra conducta al par del Ángel de la Guarda: respeto, gratitud y confianza. El respeto a los ángeles inspira en San
Pedro la orden que da a las mujeres que se cubran en el templo. San Juan, en su
Apocalipsis, dirige sus cartas a los ángeles de las siete Iglesias, puesto por
Dios al frente de aquellos jóvenes cristiandades.
Desde que
nacemos hasta que morimos nuestra vida es una trama de innumerables beneficios
recibidos por nuestro Ángel. Nuestro corazón ha de ser agradecido a estos espíritus invisibles que dejan el cielo gustoso
para hacernos compañía en nuestra peregrinación.
Confianza, es
la voz del Ángel. No temas, le decía a Tobías. Todo le salió bien y mucho mejor
de lo que había pensado. El cristiano que se pone incondicionalmente bajo la
custodia de su Ángel no tiene que tener nada. Él lo acompañará hasta las
puertas del cielo, hasta la victoria eterna, donde no hay temor y todo es paz y
seguridad definitiva.
Cuenca, 2 de
octubre de 2019 y el 2 de octubre de 2024.
José María
Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.
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