jueves, 24 de octubre de 2024

Plegarias sobre las tumbas. Se avecina la fiesta de los difuntos.

   Cuando el verde de los chopos de las hoces del Júcar y del Huécar tornan a amarillo y estos a su vez a ocres llega noviembre con su fiesta de difuntos, la naturaleza le acompaña y los árboles dejan caer sus hojas rememorando el duelo del sueño eterno.

En los templos musita, con leve chisporroteo, los cirios su misteriosa oración mientras por el aire vuelan los lamentos de las campanas de las iglesias tocando a muerto, día de difuntos: pon… pon… pon, resuenan en los oídos. La Iglesia en este mes congrega a sus hijos, a los que luchan y a los que esperan, para ellos nos piden en este mes la limosna de nuestras oraciones y sacrificios, mientras ellos nos la devolverán, hecha lección de vida, que nunca debemos olvidar.

Un día para el recuerdo de tantos conocidos nuestros que pasaron por la vida con nosotros, y como nosotros, vivieron, amaron, lucharon, sufrieron y sucumbieron. Ha terminado para ellos el tiempo de merecer y, mientras expían sus culpas o gozan de la vida eterna, tiene sus esperanzas puestas en nosotros, en nuestros méritos y sufragios.

Puerta del cementerio municipal de Cuenca.

Si en estos días visitas el cementerio no nos conformemos con sólo llevar flores  y depositarlas sobre sus tumbas, fúnebre obsequio porque se marchitan y acaban en el cubo del sepulturero. Para su reposo eterno sólo tiene valor las flores de nuestras oraciones o el aroma de nuestros sacrificios.

No nos conformemos tampoco con repetir una y mil veces el epitafio: “Descanses en paz”, frío como el mármol  o la piedra que cobija sus restos, o ese otro epitafio en que se le juró eterno recuerdo, si ese recuerdo no tiene la virtud de cristalizar en nuestros labios hecho oración. En realidad, sólo será verdad el epitafio de aquella joven gaditana: “Que la tierra pase sobre ti tan poquito como tú pasaste sobre ella”.

Pongamos más bien nuestros ojos sobre la Cruz que elevándose sobre la tumba, la cubre con sus brazos redentores, implorando, para el que allí duerme a su sombra bendita, el obsequio, de nuestras plegarias. Ella os dice, señalando el cielo, que no todo allí es podredumbre, sino que esos restos que descansan dentro de la tumba estuvieron animados por un alma, el alma del que nos dejó con lágrimas en los ojos. Rogad por todos, no pongamos límites a la oración. Roguemos por los que yacen sin epitafio en el fondo de los mares, por los que murieron en la pandemia actual, roguemos por todos, siguiendo el calor de la oración, que es el lazo de hermandad que nos une a todos, vivos o muertos, bajo la mirada del mismo Padre que está en los Cielos.

Al visitar el cementerio no olvidemos que dentro del silencio de cada tumba hay una lección de vida. Su silencio nos habla de lo que somos y de lo que llegaremos a ser, una lección de vida en la mansión de la muerte.

Recibamos la llegada de estos días con la alegría intima de los que se sienten liberados y pensemos que: “La vida de los muertos  perdura en la memoria de los vivos”.

Publicado en Cuenca, 25 de octubre de 2020 y 25 de octubre de 2024.

Por: José María Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.

No hay comentarios:

Publicar un comentario