Fue discípulo de san Pedro y san Juan. Muy famoso entre los primeros mártires, quizá sirio de origen.
Una tradición supone que era el mismo niño que en el capítulo 18 de san Mateo llama Jesús para ponerlo como ejemplo ante sus discípulos: “Yo os aseguro: si no cambiáis y os hacéis como los niños no entraréis en el Reino de los Cielos” (Mt. 18, 3).
La verdad de san Ignacio no está en esta identificación ni en otros episodios más que dudosos, sino en el hecho bien documentado de su largo viaje hasta la muerte, después de su condena, desde Antioquía a Roma, pasando por las costas de Asia Menos y Grecia, con una parada en Esmirna.
Su destino era morir en el circo romano para celebrar los triunfos del emperador Trajano de la Dacia, y en el curso de la navegación escribe cartas que son uno de los testimonios más impresionantes de la fe ante el martirio que nos ha legado la Iglesia primitiva; en especial la que dirige a los fieles de Roma, pidiéndoles que no intercedan por él a fin de que “nada me impida ahora alcanzar la herencia que me está reservada”.
Martirio de san Ignacio de Antioquía. |
“Soy el trigo de Dios que ha de ser molido por los dientes de las fieras para llegar a ser pan limpio de Cristo”. Custodiado por feroces guardias, “los diez leopardos”, como él dice, Ignacio, sin alardes de jactancia ni gestos estoicos, ve la vida y la muerte como cosas entregadas, que casi no le pertenecen.
Publicado en Cuenca, 17 de octubre de 2020 y 17 de octubre de 2024.
Por: José María Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.
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FUENTES
CONSULTADAS:
-Año
Cristiano para todos los días del año. P. Croiset. Madrid. 1846.
-La
casa de los santos. Carlos Pujol. Madrid. 1989.
-Año Cristiano. Juan Leal, S.J. Madrid. 1961.
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